lunes, junio 3

NADIE PUEDE QUITAR EL EGO A NADIE


Adolfo reconocía que ciertos conocimientos que nos habían inculcado se basaban en el esfuerzo continuo y diario para superarnos y alejarnos del ego. El ego se hacía fuerte en todos aquellos que creían que con su propio esfuerzo lo habían logrado todo. 

Mucha gente felicitaba a las personas que lo habían conseguido con sus propios esfuerzos. El esfuerzo era esa virtud que se columpiaba entre el ego y la comprensión. El ego establecía que nadie nos daba nada y que todo lo tenía que resolver la persona. Estaba sola y desprovista de ayuda. 

La comprensión establecía que el esfuerzo abría caminos para incluir a todas las personas y admitir que sus esfuerzos eran una diminuta gota en el océano. La persona que se jactaba de toda la fortuna amasada se olvidaba que no era totalmente cierta esa actitud. Muchos elementos habían participado en ese logro. Sin embargo, él creía que lo había logrado solo. 

“Un recurso de aprendizaje no es un maestro. No te puede decir cómo te sientes. No sabes cómo te sientes porque has aceptado la confusión del ego, y, por lo tanto, crees que un recurso de aprendizaje puede decirte cómo te sientes”. 

“La enfermedad no es más que otro ejemplo de tu insistencia en querer pedirle dirección a un maestro que no sabe la respuesta. El ego no puede saber cómo te sientes”. 

“Cuando dije que el ego no sabe nada, dije lo único que es completamente cierto con respecto al ego. Pero hay un corolario: si sólo el conocimiento existe y el ego no tiene conocimiento, entonces el ego no existe”. 

Adolfo grababa esas palabras en su corazón. Se acordaba del relato que había leído desde pequeño: “Las tierras de un hombre rico dieron una gran cosecha. Él estuvo echando cálculos: '¿Qué hago? No tengo donde almacenarla'. Y entonces se dijo: Voy a hacer lo siguiente: derribaré mis graneros, construiré otros más grandes y almacenaré allí el grano y las demás provisiones. 

Luego podré decirme: 'Amigo, tienes muchos bienes almacenados para muchos años: túmbate, come, bebe y date la buena vida'. Pero Dios le dijo: Insensato, esta noche te van a reclamar la vida. Lo que te has preparado, ¿para quién será?” 

Adolfo comprobaba que ese corolario se cumplía: si sólo el conocimiento existe y el ego no tiene conocimiento, entonces el ego no existe. Los planteamientos del ego en aquel hombre de una gran hacienda demostraron que no sabía nada.

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