miércoles, junio 5

RAYOS DE LUZ QUE NOS LLEGAN


Sebas iba descubriendo cada día un matiz de ese enjambre de confusión que iba tejiendo el ego en nuestra vida. El ego nos hacía centrarnos en lugares o en ideas donde la solución no se encontraba. Nosotros, al sentirnos desorientados, nos enfadábamos, nos sentíamos vencidos y perdíamos el ánimo. 

Pero, cuando descubríamos una grieta por donde se colaba la luz para descubrir el lugar donde estaba la respuesta, era una alegría porque captábamos la intencionalidad del ego que quería confundirnos. Sin embargo, ya no podía con nosotros. Dios nos creó para que fuéramos comunicativos y ayudadores los unos con los otros. 

El ego empezó a definirnos como desiguales, como diferentes, como superiores e inferiores los unos con los otros. El ego nos decía que era culpa de Dios la situación en la que nos encontrábamos. Dios le respondía, sin fruncir el ceño, que el había creado la perfección y la armonía. Todo lo demás había salido del ego. 

“Dije antes que el Espíritu Santo es la Respuesta. Él es la Respuesta a todo porque conoce la respuesta a todo. El ego no sabe lo que es una verdadera pregunta, si bien plantea un sinnúmero de ellas”. 

“Mas tú puedes aprender lo que es una verdadera pregunta a medida que aprendas a poner en duda el valor del ego, y desarrolles así tu capacidad para evaluar sus preguntas”. 

“Cuando el ego te tiente a enfermar no le pidas al Espíritu Santo que cure al cuerpo, pues eso no sería sino aceptar la creencia del ego de que el cuerpo es el que necesita curación”. 

“Pídele, más bien, que te enseñe cómo percibir correctamente el cuerpo, pues lo único que puede estar distorsionado es la percepción. Sólo la percepción puede estar enferma porque sólo la percepción puede estar equivocada” 

Sebas admitía que una grieta se abría para que la luz de la verdad se filtrara por ella. El cuerpo no enfermaba. Lo que realmente enfermaba era la percepción del cuerpo que teníamos nosotros. El cuerpo, influido por nuestros pensamientos, sufría la influencia de nuestras ideas. 

Esas ideas creían que tenían razón y que el cuerpo debía enfermar. Y, ese planteamiento se ponía en cuestión porque estábamos tan acostumbrados a que el cuerpo era lo que enfermaba que nadie le daba importancia a los pensamientos que lo habían hecho enfermar.

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