David reconocía que algunas peticiones que le había lanzado al Espíritu Santo no las podía recibir. Uno de sus planteamientos era que un vecino suyo no le molestara más. Estaba harto de hablar con él y no llegaban a ningún acuerdo. Eso lo descomponía.
Le pidió al Espíritu Santo que ese vecino se fuera de allí y, de esa manera, tener el problema resuelto. Lo que había olvidado David era que una de las funciones del Espíritu Santo era la unión y la comprensión entre las personas. No le podía pedir al Espíritu Santo que fuera contra su misma esencia.
Poco a poco fue comprendiendo que él tenía que cambiar y aceptar a ese vecino con una comprensión distinta a la que había tenido hasta entonces. Le sirvió para reflexionar y clarificarse que ir contra esa función de unión del Espíritu Santo era perder el tiempo.
“La Biblia subraya que toda oración recibirá respuesta, y esto es absolutamente cierto. El hecho mismo de que se le haya pedido algo al Espíritu Santo garantiza una respuesta”.
“Es igualmente cierto, no obstante, que ninguna de las respuestas que Él dé incrementará el miedo. Es posible que Su respuesta no sea oída. Es imposible, sin embargo, que se pierda”.
“Hay muchas respuestas que ya has recibido pero que todavía no has oído. Yo te aseguro que te están esperando”.
David reconocía que nunca recibió la respuesta respecto a su vecino mientras pensaba que debía marcharse del lugar. Cuando empezó a comprender que debía cambiar su actitud respecto a él, su corazón se puso contento. Sentía que esa idea iba en la dirección del Espíritu Santo.
Esa tarde aprendió una gran lección. El Espíritu Santo siempre hablaba en su lenguaje de amor, de unión, de comprensión y de unidad de todos los mortales. Fuera de esa función, las respuestas venían, pero quien lo pidió estaba fuera de las ondas por donde podría llegarle.
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