Josué tenia dudas en su interior, cuando escuchaba que el ser humano era ilimitado. Eran como dos polos magnéticos que luchaban por imponerse el uno al otro. Era cierto que el cuerpo en sí mismo era limitado. En cambio, la mente no parecía seguir la misma estela del cuerpo.
Le sorprendió la conversación que tuvo con uno de sus familiares que enfilaba el período de edad hacía los setenta. La sensación que experimentaba en su interior era de ganas de abrirse, de expandirse, de continuar con sus proyectos como aquel muchacho de dieciséis años que fue un día.
La mente no le veía ningún fin a la vida ni a los proyectos. En cambio, el cuerpo, al ir adquiriendo edad, mostraba los signos de pérdidas de algunas habilidades motoras y de energía. Esa mezcla de mentalidad y de cuerpo luchaban en el ser humano.
“Cuando dije: ‘Todo poder y gloria son tuyos porque Suyo es el Reino’, esto es lo que quise decir: La Voluntad de Dios no tiene límites, y todo poder y gloria residen en ella. Su fuerza, su paz y su amor son ilimitados”.
“No tiene límites porque su extensión es ilimitada, y abarca todas las cosas porque las creó, y al crearlas, las hizo parte de sí misma. Tú eres la Voluntad de Dios porque así es como fuiste creado”.
“Debido a que tu Creador crea únicamente a Semejanza Propia, eres como Él. Eres parte de Aquel que es todo poder y gloria, y, por lo tanto, eres tan ilimitado como Él”.
Josué llegaba a entender esa afirmación. La mente era ilimitada. El cuerpo, hecho de barro, ya no era ilimitado. Pero la mente estaba hecha a Semejanza de Dios. Y, como tal, se comportaba.
Era nuestra seguridad que empezábamos a notar, a pesar de que los años pasaran. Josué comprendía un poco mejor ese enfrentamiento, dentro de él, de esas dos posibilidades. La mente era ilimitada. El cuerpo era limitado.
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