Mateo siempre buscaba un referente al cual parecerse. Es una cualidad humana de todas las personas. Abrimos los ojos, vemos a los demás, tenemos experiencias, hablamos y, al observar a alguien que nos hace vibrar en nuestro interior, el cual, además, tiene prestigio y es aceptado por muchos nos nace la idea de imitarlo.
Esa tendencia la tienen muchos jóvenes y no tan jóvenes con sus ídolos que escogen como referentes. Lo importante es saber escoger esa persona no por lo que gane, no por lo que lo aplaudan, no porque destaque con su figura. Lo esencial es que nos ayude a sacar lo mejor que anida en nuestro corazón.
Mateo miraba, observaba. Veía posters de cantantes, de rebeldes a la sociedad, de actores de cine, de gente que cuidaba su cuerpo. Entre todas esas cualidades elegía aquellas partes humanas que un referente podría ayudarle a desarrollar.
“He venido como una luz a un mundo que, en verdad, se niega todo a sí mismo. Hace eso simplemente al disociarse de todo. Dicho mundo es, por lo tanto, una ilusión de aislamiento, que se mantiene vigente por miedo a la misma sociedad que es su ilusión”.
“Os dije que estaría con vosotros siempre, incluso hasta el fin del mundo. Por eso soy la luz del mundo. Si estoy contigo en la soledad del mundo, la soledad desaparece. No puedes mantener la ilusión de soledad si no estás solo”.
“Mi propósito, pues, sigue siendo vencer el mundo. Yo no lo ataco, pero mi luz no puede sino desvanecerlo por razón de lo que es. La luz no ataca a la oscuridad, pero la desvanece con su fulgor”.
“Si mi luz va contigo a todas partes, tú desvaneces la oscuridad conmigo. La luz se vuelve nuestra, y ya no puedes morar en la oscuridad tal como la oscuridad no puede morar allí donde tú vas”.
“Acordarte de mí es acordarte de ti mismo, así como de Aquel que me envió a ti”.
Mateo quedaba impactado con ese referente llamado Jesús que le sacaba lo mejor de su alma humana. No había ataque a los demás. Había una cantidad de comprensiones y de apoyos inimaginables según este mundo. El pensamiento de Dios era insondable y profundo.
El corazón de Mateo también era insondable y profundo. Escuchar las palabras de Jesús le hacía vibrar. Esa vibración era la misma del Padre Celestial. Los tres, unidos, sintiendo lo mismo a la par.
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