jueves, abril 25

UNIDAD SIN EL EGO


Adolfo sabía que el ego necesitaba de los demás para que le aplaudieran, estuvieran de acuerdo con él y no dejaran de tenerlo en cuenta. Conocía las necesidades del ego de recibir, de alguna manera, una admiración y un reconocimiento, sin el cual, no podía vivir. 

Iba vislumbrando que sin ego la relación con los demás discurría por otros caminos. La comprensión estaba lista para descubrir cualquier problema donde pudiera participar y ayudar. La comprensión admitía cuando una persona no sabía agradecer los favores recibidos. La comprensión, sin el ego, caminaba siempre en los zapatos de los demás y nunca los juzgaba. 

Adolfo sabía que el juicio implicaba condenación. El comportamiento comprensivo siempre buscaba el punto de entrada para compartir el amor sin ninguna respuesta, sin ninguna recompensa. Amar, en sí mismo, era una delicia que no se podía evitar y que no se podía dejar de hacer por el placer de vibrar con otra persona. 

“Cuando te unes a mí lo haces sin el ego porque yo he renunciado al ego en mí y, por lo tanto, no puedo unirme al tuyo. Nuestra unión es, por consiguiente, la manera de renunciar al ego en ti”. 

“La verdad en nosotros dos está más allá del ego. Que transcenderemos el ego está garantizado por Dios, y yo comparto Su certeza con respecto a nosotros dos y a todos nosotros”. 

“Yo les devuelvo la paz de Dios a todos Sus Hijos porque la recibí de Él para todos nosotros. Nada puede prevalecer contra nuestras voluntades unidas porque nada puede prevalecer contra la Voluntad de Dios”. 

Adolfo veía abrirse un hermoso camino delante de él para ir olvidando el ego que tantos estragos había hecho en su vida. También reconocía que era imposible unirse a Jesús con el ego. Él mismo Jesús no tenía ego. Así se esfumaba de su vida el ego porque tenía a su lado al mismo Jesús que no lo tenía.

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