miércoles, enero 27

¿DEBEN CAMBIAR LOS DEMÁS?

Carlos tenía problemas de relación con su compañero de trabajo. Se había iniciado una buena amistad entre ambos. Los dos se sentían contentos. Una melodía suave se extendía en sus afectos y en sus conversaciones. Un día, sin esperarlo, Carlos recibió un mal gesto de su compañero. Fue increpado por su amigo y se sintió tratado como si no se conocieran.

Carlos, pasados unos días, habló con su compañero. Puso de relieve la amistad que habían iniciado. Subrayó los buenos momentos pasados. Ofreció su amistad con el mismo ánimo anterior. Sin embargo, su amigo guardó silencio. No reaccionó. 

Carlos descubrió estupefacto que algo se había roto sin quererlo, sin desearlo. Se sintió triste, mal, contrariado. Un pensamiento se instaló en su mente. "Yo no he roto esta relación estupenda. Es su error. Yo estoy en la nobleza y en la verdad. Él debe cambiar". 

Pasó el tiempo. La relación no se restauraba y solo se limitaba a los gestos de la “buena educación”. Carlos sufría. No era natural. Era ficticio ese contacto. Cierto día, coincidió con su amigo en el parking del trabajo. Dejaron sus coches. Carlos, al encontrarse con su amigo, trató de hablar con él. La respuesta de su amigo lo dejó helado. “Sólo deseaba saludarte, no deseo hablar más”. 

Carlos no entendía a su amigo y no se entendía a sí mismo. Esta situación le hacía sentir incómodo. ¿Por qué sufría, si no era el causante? ¿Por qué se inquietaba si en él no había nada contra su amigo? Unas preguntas que no le quitaban su herida interior. 

Un día tuvo un atisbo de esta situación. Carlos estuvo saludando a la madre de su amigo. Era una mujer abierta, comprensiva y con toques de sabiduría. Parecía que conocía la relación inexistente entre ellos. Le dijo a Carlos: “sabes, él siempre dice de ti que haces muy bien las cosas y que tienes muchos dones. Y que no puede compararse contigo”. 

Nada más apareció su amigo, su madre se calló de inmediato. Carlos vio, en su rostro, la contrariedad de la situación. Ella experimentaba la misma situación que vivía él. Y no estaba de acuerdo con su hijo. La relación debía ser restaurada. Carlos continuaba sufriendo. 

Un día, Carlos descubrió que debía cambiar su pensamiento. En primer lugar, debía ofrecer total libertad a su amigo para actuar. Darle la libertad de rechazarle. Lo que cuenta es la autenticidad, no la obligatoriedad. Carlos se había encerrado en la obligatoriedad de la relación. Y nada, en el amor, se puede cuadricular. 

A partir de ese día, Carlos se liberó de la preocupación. Aceptaba a su compañero como expresión de libertad. Y el amor, en la libertad, tiene un sólido fundamento de respeto y admiración. Carlos aprendió una faceta más del amor. No la tenía clara en su mente. Y le agradeció a su amigo, en su corazón, que le ayudara a encontrar esta nueva visión. 

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