Un día me encontré francamente mal. Tenía catorce años. Sentía que mi estómago estaba todo revuelto, incómodo, desasosegado. No podía continuar en aquella situación.
Lo compartí con mi madre. Ella me indicó que debía ir al médico para que me diera algún medicamento para calmarlo. Entendí que tenía razón. Por alguna causa, se había alterado su normal funcionamiento y ahora me estaba realmente molestando.
Lo tuve claro. Me dirigí a la consulta para conseguir el remedio. Esperé mi turno. Me fijé en las diferentes personas allí sentadas. Todas estábamos un tanto nerviosas, pesarosas y contrariadas. No era el lugar para reír ni para contarse historias ilusionantes.
Solía escuchar, en las ocasiones que iba con mi madre, historias de adversidad que las personas trataban de compartir para sentirse entendidas, un tanto aliviadas y, en cierto punto, resignadas a la situación.
Aquella mañana estaba solo. No había querido interferir en los quehaceres de mi madre y entendí que aquello podía manejarlo solo. Entraban los pacientes. Salían otros con las recetas en las manos y los documentos rellenados por la enfermera, según las prescripciones del médico.
Al final me llamó a mí la enfermera. Entré. Me senté. Saludé al médico. Él me respondió con amabilidad. Y me invitó a que le refiriera el motivo de la visita. Le expliqué todos mis síntomas. El médico, atento, me escuchó. Quedó un poco pensativo y me lanzó su pregunta: “¿has tenido algún serio disgusto estos días?”
No me esperaba esa pregunta. Nunca había relacionado los estados emocionales con el funcionamiento del cuerpo. Le tuve que decir que sí. Que había tenido un serio revés hacía dos días.
Él me invitó a que me tranquilizara y que tratara de relajar la tensión. “Le doy este preparado para relajar el estómago. Déjelo de tomar cuando se sienta bien”. Le asentí con la cabeza y con la aprobación de mi sonrisa.
Nunca más pude olvidar que la alteración del estómago no era debida a ningún alimento nocivo o en mal estado, sino a una emoción tóxica capaz de interferir en el funcionamiento normal de mi organismo.
Durante los años siguientes, me he preguntado sobre la influencia de las emociones en el desarrollo de mi salud. Y he tratado de mejorar mis emociones con la ayuda de mis creencias adecuadas. Y es un hermoso camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario