Estaba en los instantes previos a una conferencia. Había movimiento. Las personas tomaban asiento. Mucho tráfico en el escenario. Técnicos de sonido, de imagen, todos deambulaban con celeridad, precisión y pericia. Un momento de energía expectante. Vi al conferenciante en las primeras filas. Relativamente tranquilo, relajado, agradeciendo a todos sus colaboraciones y a todos los técnicos.
Desde mi lugar, mi impulso me pidió que fuera a darle un abrazo. Agradecía que se esforzara por compartir con nosotros sabiduría, consejos, propuestas y, sobre todo, mucho cariño y mucho afecto. Tuve temor de interrumpir. No sabía qué hacer. Le lancé toda mi vibración. No pude captar su mirada y poder compartirla con la mía.
Una semana después, pude verlo personalmente y le compartí el impulso que tuve en aquel momento. Se le alegró la cara. Se puso muy contento. “Por favor”, me dijo, “no te limites nunca”. "Un abrazo, con afecto, con cariño, con agradecimiento, siempre es germen de sustento".
Me di cuenta de la esencia y el fundamento de la expresión corporal en nuestras vidas. No se necesitaban palabras. No se necesitaban pensamientos. No se necesitaban estrategias. Se ponía de manifiesto la luz alada de un fuerte abrazo con el sentimiento. Unos ojos alegres, emocionados. Una mirada compartida desde lo hondo y la vida vibrando en nuestro encuentro.
Felices instantes que nos regalan abrazos tan poderosos. Construyen nuestras vidas y nuestro amor fabuloso.
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