Darío se encontraba un tanto enfrentado a sí mismo. Desde hacía mucho tiempo había aprendido que se podía matar de dos maneras: una forma física y una forma moral. Las dos muertes eran terriblemente efectivas. La física te quitaba la vida biológica. La moral te la iba mermando y, como una especie de tortura, te iba aniquilando. El final era el mismo.
El desprecio, el rechazo, la distancia, la separación, la prepotencia, la suficiencia moral, la manipulación de todas las bondades, hacían estragos entre las personas. Era cierto que no había una muerte física inmediata. Pero, el odio y la lejanía se instalaba entre las personas. Y ambas eran malas compañeras de la vida.
Darío se fijaba en la belleza de la circunferencia. Una figura que abarcaba un lugar concreto completamente lleno de aire, de naturaleza, de belleza, de maravilla y de concordia. Había estudiado el concepto de sector. Una parte de la circunferencia se significaba como distinta y así había un sector pequeño y un sector grande.
El sector pequeño se identificaba como contrario al sector grande. Aquella circunferencia bella, completa y llena de manos unidas, se fracturaba entre los dos sectores. Las manos dejaban de enlazarse. El miedo, la angustia, la pasión, la locura, la inquietud se instalaba entre los dos sectores.
Darío se fijaba en ese enfrentamiento y se sentía ajeno al mismo. Nunca entre las personas debiera haber enfrentamientos. Nunca debieran atacarse ni física ni verbalmente. Su cielo interior le atraía hacia otros campos eternos por su razón y por su bondad inherente.
“¡Qué maravilloso es hacer tu voluntad! Pues eso es libertad. A nada más debería llamársele por ese nombre. A menos que hagas tu voluntad no serás libre. ¿Y hubiese podido Dios dejar a Su Hijo sin lo que éste eligió para sí mismo? Lo único que hizo Dios al darte Su perfecta respuesta fue asegurarse de que nunca perdieses tu voluntad”.
“Escúchala ahora, para que te puedas acordar de Su Amor y conocer tu voluntad. Dios no podría haber permitido que Su Hijo fuese un prisionero de aquello que no desea. Él se une a tu voluntad de ser libre. Y oponerse a Él es decidir ir en contra de ti mismo y elegir estar encadenado”.
“Contempla una vez más a tu enemigo, al que elegiste odiar en vez de amar. Pues así es como nació el odio en el mundo y como se estableció en él el reino del miedo. Escucha ahora a Dios hablarte a través de Aquel que es Su Voz, así como la tuya”.
“Y te recuerda que tu voluntad no es odiar ni ser un prisionero del miedo, un esclavo de la muerte, un esclavo de la muerte o una insignificante criatura de escasa vida”.
Con esos planteamientos, Darío respiraba un poco más tranquilo. Su conflicto interno se iba diluyendo. La aspiración del alma humana era la globalidad, la circunferencia. Aquellos que trazaban sectores en la igualdad, en las manos unidas, en la identificación de las similitudes, en los ojos amigos, iban en contra de su propia voluntad.
La paz le envolvía y la paz le elevaba. Una realidad maravillosa para vivirla eternamente y no solamente un período de años. “Tu voluntad no tiene límites, pues no es tu voluntad que sea limitada”.
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