José se quedaba perplejo ante la pregunta que le interpelaba desde el escrito. La leía, la repetía y se la introducía en su mente. No llegaba a comprender del todo cómo algo tan sutil y cierto estaba hablándole desde las líneas escritas de aquel párrafo que había empezado a leer.
“¿Qué motivos podrías tener para sentir ira contra un mundo que simplemente aguarda tu bendición para ser libre? Si fueses un prisionero, entonces Dios Mismo no podría ser libre. Pues lo que se le hace a quien Dios ama, se le hace a Dios Mismo”.
“No pienses que Aquel que te hizo co-creador del universo junto con Él quiere aprisionarte. Él sólo desea que tu voluntad sea eternamente ilimitada. Este mundo aguarda la libertad que le otorgarás cuando hayas reconocido que eres libre”.
Esto cambiaba todos los planteamientos en la cabeza de José. Siempre esperaba una acción del Creador hacia él y era todo lo contrario. Muchos habían considerado que debían cambiar a miles de personas para que el mundo cambiara. Conocía a personas que habían desistido de tal intento por lo enorme que era para las fuerzas humanas.
Y, ahora, descubría que toda esa liberación radicaba en uno mismo. Había leído en algunos pensamientos que si quería cambiar el mundo empezara por uno mismo. Otros pensamientos eran muy explícitos: “no puedes cambiar a nadie excepto a ti mismo”.
El planteamiento que descubría era distinto: “Este mundo aguarda la libertad que le otorgarás cuando hayas reconocido que eres libre”. Se trataba de cambiar un concepto en el interior de uno. Se trataba de sentirse libre y saberse libre en lo más hondo del corazón humano.
José iba pergeñando la idea, el concepto, la profundidad y el objetivo de la misma. Al ver al mundo desde su libertad, podía ver la libertad de muchos que también lo miraban desde la misma óptica. El refrán de la proyección resonaba en sus oídos: “Piensa el ladrón que todos son de su condición”.
Si aplicaba la idea de libertad desde su interior: Sentirse libre, saberse libre, también se proyectaba en los demás y los liberaba en su mente. Al liberarlos en su mente, él mismo se liberaba. “No era tan difícil”, se repetía. Lo veía muy natural y posible.
Sabía que no lo había alcanzado. Siguió leyendo para conocer por qué no lo había logrado: “Pero tú no perdonarás al mundo hasta que hayas perdonado a Aquel que te dio tu voluntad. Pues es a través de tu voluntad como el mundo se libera”.
“Y tú no puedes ser libre estando separado de Aquel Cuya santa Voluntad compartes”.
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