Benjamín se daba cuenta de que, cuando su mente no se acordaba de un nombre, de un amigo, de un familiar, de una persona, parecía que esa persona realmente no existía. Reconocía que en su campo de consciencia no estaba, no vivía. Era como si realmente no tuviera vida porque no la compartía ni en la realidad ni en la consciencia.
En ciertos momentos de tranquilidad, se decía a sí mismo: “De la misma manera que muchos nombres desaparecen en la inconsciencia, así podrían desaparecer los nombres de aquellos a los que les permitimos que nos hagan daño”. Se daba cuenta de que esos nombres en la inconsciencia no le afectaban en ningún sentido.
Aquellos nombres que le influenciaban y, en momentos, para inquietarle, era bueno que fueran olvidados. Sin embargo, también reconocía que él era la persona que les daba poder para que le hicieran daño. La mente funcionaba de esa manera. La consciencia, también.
Lo importante no era esas escapadas que su mente hacía la evasión. Lo principal del asunto era lo que la sabiduría compartía: “Los pensamientos parecen ir y venir. Sin embargo, lo único que esto significa es que algunas veces eres consciente de ellos y otras no”.
“Un pensamiento del que te has olvidado parece nacer de nuevo en ti cuando retorna a tu conciencia. Mas no murió cuando lo olvidaste. Siempre estuvo ahí, sin embargo, no eras consciente de él”.
“El Pensamiento que Dios abriga de ti no se ha visto afectado en modo alguno por tu olvido. Siempre será exactamente como era antes de que te olvidaras de él, como seguirá siendo cuando lo recuerdes y como fue durante el lapso en que lo habías olvidado”.
Benjamín se llenaba de paz, de tranquilidad, de serenidad y de una completa confianza. Siempre recordaba esa frase que le latía en su corazón: “Si no fuereis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”. Y cada día estaba más seguro que una de las cualidades básicas de los niños era la total confianza.
Nuestros padres, cuando somos pequeños, gozan de nuestra total confianza. A medida que crecemos, esa confianza disminuye. Pero, en las edades donde más necesidad tenemos, la confianza nos da la paz y la serenidad que nos llena por todos lados.
Esa confianza es la que nos fortalece. Y el maestro Jesús nos invita a desarrollar esa total confianza en sus planteamientos como el niño la tiene con sus padres. Esa confianza total es toda nuestra vida.
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