martes, octubre 3

EL LADO OSCURO DE NUESTRA VIDA

Rafa recordaba con mucho aprecio experiencias que había pasado con uno de sus mejores amigos. Era una relación inspiradora. Se animaban mutuamente. Se influenciaban positivamente y trataban de respetarse enormemente el uno al otro. Los dos sabían que su amistad se sustentaba en ese respeto maravilloso donde todo podía suceder. 

Ese tipo de amistad los unía y los desarrollaba mucho. Dos mentes pensantes. Dos mentes reflexivas. Dos mentes responsables. Dos mentes unidas. La vida se veía hermosa desde esa perspectiva. Sabían apoyarse el uno al otro. Sabían desaparecer cuando era necesario. Sabían escucharse y conocían muy bien las necesidades del otro. 

Rafa daba gracias en su interior por disponer de amigos de ese nivel y de ese calibre. Sabía que no era fácil tener ese tipo de relación con cualquier persona. El respeto y los objetivos de los demás debían tenerse en cuenta. Muchos no buscaban en la amistad nada más que un compañero de juegos y de momentos de diversiones juntos. 

También estaban los amigos lejanos. Aquellos con los que difícilmente se sincerarían y que sabían que entre ellos había algo que no funcionaba. Rafa había leído un poco sobre las personas que no nos caían bien. Unos autores se centraban en que la otra persona reflejaba nuestro lado oscuro, el lado que no nos gustaba a nosotros. 

Ese lado oscuro nuestro salía a la luz en la otra persona. Nosotros lo veíamos y en lugar de reconocer nuestra sombra no querida, nos centrábamos en mil y un argumentos sobre los elementos que nos distanciaban de los demás. La idea estaba clara después de haber leído muchos libros. 

No podíamos ver a los demás. Lo que los demás nos reflejaban eran nuestras cualidades y características. Los otros no eran sino espejos de nosotros mismos. Rafa había adquirido la costumbre de pensar que esos elementos que nos alejaban de ellos eran elementos propios. Era la única forma de vernos a nosotros mismos. 

Si se caía en la trampa de atacar a los otros, de echar la culpa a los otros, la ceguera se hacía total. No nos veíamos a nosotros mismos y, además, sin capacidad de ver al otro, nos atrevíamos a juzgarlo, opinar sobre él y condenarlo. Y esa condenación era la proyección en el otro de nuestra propia condenación. 

“Si conocieses el glorioso objetivo que se halla más allá del perdón, no te aferrarías a ningún pensamiento, por muy leve que parezca ser su roce con la maldad. ¿No te gustaría ser amigo de aquel que fue creado para ser la morada del Padre?”

“Si Dios lo considera digno de Sí Mismo ¿lo atacarías tú con las manos del odio? ¿El que ponga sus ensangrentadas manos sobre el propio Cielo podría esperar la paz de éste?”

“Se te ofrece un sueño en el que tu hermano es tu salvador, no tu enemigo acérrimo. Se te ofrece un sueño en el que lo has perdonado por todos sus sueños de muerte: un sueño de esperanza que compartes con él, en lugar de los sueños de odio y maldad que sueñas por tu cuenta”. 

Rafa quedaba sorprendido ante la visión de que, en su vida, podría distanciar a una persona, tener una idea equivocada de ella, y, sin embargo, estar elegido por Dios para ser su morada: “Si Dios lo considera digno de Si Mismo ¿lo atacarías tú con las manos del odio?”. 

Rafa aceptaba la existencia de amigos con los que se vibraba. También aquellos que nos reflejaban nuestro lado oscuro. La función de apoyo era extraordinaria. Así se podía conocer. Y, al cambiar, en su interior, el lado oscuro, aquellos amigos distantes, cambiaban ante sus ojos. 

Los amigos no cambiaban. Cambiaba la visión de Rafa. Aceptaba su lado oscuro. Lo superaba. Entonces todos reflejaban su lado de luz que proyectaba. Esa proyección total era su anhelo y su confianza, era su ilusión y su plenitud, era el tesoro enorme que se extendía delante de sus ojos.

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