Josué había pensado muchas veces en cambiar las leyes y adaptarlas a sus necesidades personales. Cambiar la hora del día sería una buena decisión si pudiera hacerlo. Sin embargo, reconocía que ese cambio afectaría a mucha gente que marchaba con sus planes y sus tiempos.
Cambiar la ley de la gravedad sería estupendo en algunos momentos. En otros, sería un trastorno muy grave. Se quedó impactado al descubrir que los enfermos no debían estar mucho tiempo en la cama después de una intervención. Caminar y dejar que la ley de la gravedad actuara en sus cuerpos era beneficioso para la recuperación.
Las ilusiones podrían darnos algunas salidas. Pero, sin lugar a dudas, era mejor seguir esas leyes eternas que orientaban y guiaban nuestra vida. Los cambios, cuando eran personales y arbitrarios, crearían un caos total en nuestra convivencia.
“La realidad obedece las leyes de Dios y no las reglas que tú mismo estableces. Son Sus leyes las que garantizan tu seguridad. Las ilusiones que creas con respecto a ti no obedecen ninguna ley”.
“Parecen danzar por un rato, al compás de las leyes que tú promulgaste para ellas. Mas luego se desploman para no levantarse más. No son más que juguetes, hijo mío, de modo que no lamentes su pérdida”.
“Su danza jamás te brindó felicidad alguna, pero tampoco eran cosas que pudieran asustarte o mantenerte a salvo si respetaban sus reglas. Las ilusiones (falacias) no deben ni apreciarse ni atacarse, sino que simplemente se deben considerar como juguetes infantiles, sin ningún significado intrínseco”.
Josué asentía con su cabeza. Eran cosas sencillas de comprender. Eran cosas sencillas de aceptar y entender. Pero, en momentos, con esa veta que todos tenemos de creador, nos imaginábamos muchas cosas. La sabiduría era necesaria en esos momentos donde la ausencia de esas leyes equilibrantes nos desharía todo nuestro mundo.
Y Josué pensó que en esa línea iba la desdicha del ser humano. Dejar de lado las leyes de la sabiduría, de la unidad, de la comprensión, de la solidaridad, y de las manos unidas, nos dividía interiormente a nosotros y nos iba rompiendo poco a poco ese tesoro de unidad que existía en nuestro interior.
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