Abel no llegaba a comprender las bases del perdón. Se había desarrollado en un ambiente donde el perdón era escaso, raro y, en ocasiones, incomprensible. Eso le había llevado a preguntarse sobre las bases del perdón.
Había intuido que la frase del Maestro Jesús sobre el perdón: “Perdónales porque no saben lo que hacen”, se basaba en la inconsciencia de las personas frente a ciertos actos. El perdón parecía tomar en cuenta la inconsciencia. El perdón no tomaba la actitud de esas personas como real.
Al no tomarlas como real, reaccionaba ante esos actos como no teniendo consistencia. Se perdonaba la inconsciencia. “La ira nunca está justificada. El ataque no tiene fundamento. Con esto comienzo uno a escapar del miedo, y con esto también es como lo logrará”.
“Con esto se intercambian los sueños de terror por el mundo real. Pues el perdón descansa sobre esto, lo cual es tan solo natural. No se te pide que concedas perdón allí donde se debería responder con ataque y donde el ataque estaría justificado”.
“Pues eso querría decir que perdonas un pecado pasando por alto lo que realmente se encuentra ahí. Eso no es perdón, ya que supondría que, al reaccionar de una manera que no está justificada, tu perdón se ha convertido en la respuesta al ataque que se ha perpetrado”.
“El perdón está siempre justificado. Sus cimientos son sólidos. Tú no perdonas lo imperdonable, ni pasas por alto un ataque real que merece castigo. La salvación no reside en que a uno le pidan responder de una manera antinatural que no concuerda con lo que es real”.
“En lugar de ello, la salvación sólo te pide que respondas adecuadamente a lo que no es real, no percibiendo lo que no ha ocurrido”.
Abel hundía sus raíces de forma profunda en esa sabiduría que se desplegaba ante sus ojos. Entendía que todo ataque partía de la irrealidad. Toda persona sensata no lo llevaba a cabo. Toda persona equilibrada no lo producía. El dolor y la angustia llevaban a personas a atacar. Ese estado era una inconsciencia que provocaba angustia.
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