Gonzalo estaba contento, muy contento. Poder comprender en su amplitud ciertos conceptos era una alegría que lo embargaba. Era como descubrir algo nuevo. Mantenía esa ilusión del descubrimiento como si fuera un niño. Y no podía más de aceptar esa condición de niño cuando se producía una amplitud de su mente por la comprensión que le llegaba.
Leía con tranquilidad, con paz y con relax: “Los ídolos son algo muy concreto. Mas tu voluntad es universal, puesto que es ilimitada. Y así, no tiene forma, ni su contenido se puede expresar en función de la forma”.
“Los ídolos son límites. Representan la creencia de que hay ciertas formas que pueden brindar felicidad, y de que, limitando, se consigue todo. Es como si dijeras: “No tengo necesidad de todo. Lo único que quiero es este trocito, y para mí es como si fuera todo”.
“Y esto no puede dejarte sino insatisfecho porque tu voluntad es que todo sea tuyo. Decídete en favor de los ídolos y estarás buscando perder. Decídete por la verdad y todo será tuyo”.
Gonzalo comprendía ahora muy bien ese papel que los ídolos jugaban en nuestra vida. Ningún ídolo podía completarnos, llenarnos, darnos lo que realmente no tenía. El universo, que era inmenso, podía compartir con nosotros todas sus riquezas.
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