Carlos pasaba por los momentos vividos en conjunto con muchas personas a lo largo de su vida. ¿Qué era la realidad? Una pregunta que se planteaba en ese mundo donde las visiones eran tan diferentes. La realidad no era más que una visión personal de cada uno.
Cada persona la imaginaba en su mente y la proyectaba a su alrededor. Cada uno la pensaba y creía verla en las manifestaciones de los demás. Era un poco duro, pero la realidad era una pura imaginación. Cada uno imaginaba y le daba un peso tal a su fantasía que vivía por ella, y si no se cumplía, agonizaba por ella.
Carlos, viendo que inexorablemente la realidad se dibujaba en las mentes de las personas y que cada una labraba sus deseos, decidió ponerle dos ingredientes a sus pensamientos para que fueran las bases de todos sus presupuestos. Uno de ellos era la “universalidad”, el otro era “el gozo y la alegría”.
Los puso en ese orden. Primero, la “universalidad”, segundo “el gozo y la alegría”. Y con esos dos elementos, como base, iba desarrollando todas sus ideas y reflexiones. Si alguna idea iba en contra de la “universalidad”, la desechaba. Si alguna idea universal iba en contra del gozo y de la alegría de las gentes no era, entonces, oportuna.
Ese era el mundo que deseaba construir, que deseaba expandir, que deseaba ir ampliando en su vasto horizonte personal. Quería pertenecer a un grupo amplio de personas. Todas las personas tenían los mismos derechos. Todas las personas encontraban su realización en el “gozo y la alegría”.
Con esas dos bases establecidas se disponía a leer aquellas ideas: “No obstante, ¿dónde tienen lugar los sueños sino en una mente dormida? ¿y podría, acaso, un sueño hacer que la imagen que proyecta fuera de sí mismo fuese real? Ahorra tiempo, hermano mío, aprendiendo para qué es el tiempo”.
“Y haz que el final de los ídolos venga cuanto antes a un mundo entristecido y enfermo como consecuencia de los ídolos que se ven en él. Tu santa mente es el altar a Dios, y donde Él está no puede haber ídolos”.
“El temor a Dios no es el miedo a perder tu realidad sino el miedo de perder tus ídolos. No obstante, has hecho de tu realidad un ídolo, y ahora lo tienes que proteger contra la luz de la verdad”.
“Y todo el mundo se convierte en el medio para poder salvar a ese ídolo. De esta manera, la salvación parece amenazar la vida y ofrecer la muerte. Mas no es así. La salvación trata de probar que la muerte no existe y que lo único que existe es la vida”.
“Sacrificar la muerte no supone pérdida alguna. Un ídolo no puede ocupar el lugar de Dios. Deja que Él te recuerde Su Amor por ti, y no trates de ahogar Su Voz con los cantos de profunda desesperación que les ofreces a los ídolos de ti mismo”.
“No busques esperanzas más allá de tu Padre. Pues la esperanza de felicidad no es la desesperación”.
Carlos se clarificaba su actitud. Tenía mucho más claro la idea de “ídolo”. Siempre de pequeño lo había asociado con las imágenes de piedra, madera, etc.. de lo que estaba en el infinito. En su época de maduración veía que otros conceptos entraban en ese campo de ídolos.
Así que la idea de “particularidad” opuesta a la idea de “universalidad” era el ídolo opuesto a la maravillosa verdad de igualdad entre todos los humanos. También veía que la idea de “sacrificio” se imponía, en ocasiones, a la idea de “gozo y alegría”. Los ídolos se erigían ante los ojos de cada persona.
Cada uno elegía. Y basado en esas elecciones entonces imaginaba su propia realidad. Así que la realidad no existía como concepto independiente. La realidad no era ese elemento objetivo que definía una serie de hechos percibidos por los sentidos.
La realidad era una creación por parte de las ideas elegidas previamente que interpretaba los hechos que acaecían cada día. Una mirada universal, gozosa y llena de alegría, interpretaba de forma diferente que una mirada particular llena de temor y sacrificio. Los mismos hechos tenían una realidad distinta en las almas de las personas.
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