miércoles, octubre 4

LA PLENITUD ESTABA ESPERÁNDONOS

Adolfo leía aquellos párrafos y veía que eran ciertos. Era una costumbre muy arraigada en las gentes. La idea de tener un tío millonario, de poder aspirar a una salida provista por algún conocido que prestara dinero, que prestara su piso, que pudiera ayudarnos con algún bien nos quitaba en muchos momentos el sueño. La idea estaba clara: Siempre nos venía de fuera la solución.

En nuestros momentos de desolación, siempre pedíamos que algo se presentara para solucionar el problema. Adolfo recordaba cuando, de pequeño, siendo bien consciente, sentía las experiencias de enuresis nocturna. Recordaba con cierta ingenuidad esa madrugada que despertó por haber mojado la cama. 

Tenía las sensaciones todavía grabadas. Al principio era un calor tibio agradable. Poco a poco, se convertía en un frío molesto que le hacía sentir incómodo. Había sido tan aleccionado a pedir cosas a Dios que le pidió que secara la cama para no pasar así la correspondiente vergüenza ante su madre.

Algunas familias tendían las sábanas ante la vista de todos para hacer público el problema de sus hijos. Creían que, si se avergonzaban, podrían dejar de mojar la cama. Eran otros tiempos. La educación se basaba en medidas represoras y de vergüenza. Lamentablemente no funcionaban en el caso de la enuresis nocturna. 

A pesar de pedir con toda su fuerza que se secaran las sábanas, la humedad no desapareció y tuvo que decírselo a su madre. Él tenía suerte. Su madre no lo humillaba públicamente. Su madre sonreía y solucionaba el asunto. Cuando años más tarde, su hija también tuvo un episodio de enuresis nocturna, sabía que no debía darle importancia. 

Un simple cambio de cama solucionó el asunto y se superó dicha incidencia. Los tiempos y la investigación del tema nos iban ayudando para comprenderlo y solucionarlo. 

“No hay nadie que venga aquí que no abrigue alguna esperanza, alguna ilusión persistente o algún sueño de que hay algo fuera de sí mismo que le puede brindar paz y felicidad. Si todo se encuentra en él, eso no puede ser verdad”.

“Y así, al venir a este mundo, niega su propia verdad y se dedica a buscar algo que sea más que lo que lo es todo, como si una parte de ese todo, estuviese separada y se encontrase donde el resto no está”.

“Éste es el propósito que le confiere al cuerpo: que busque lo que a él le falta y que le provea de lo que le restauraría su plenitud. Y así, vaga sin rumbo, creyendo ser lo que no es, en busca de algo que no puede encontrar”. 

“Esta persistente ilusión le impulsará a buscar miles de ídolos, y más allá de estos, mil más. Y todos le fallarán, excepto uno: pues morirá y no se dará cuenta de que el ídolo que buscaba era su muerte. La forma en que este ídolo se manifiesta parece ser algo externo a él”.

“No obstante, su intención es destruir al Hijo de Dios que se encuentra en su interior, y así probar que logró vencerlo”. 

Adolfo movía su cabeza en señal de aprobación. Siempre buscando algo maravilloso fuera de nosotros mismos. Sin embargo, se quedaba petrificado al conocer el alcance real de esa búsqueda. “Esta persistente ilusión le impulsará a buscar miles de ídolos, y más allá de estos, mil más. Y todos le fallarán, excepto uno: pues morirá y no se dará cuenta de que el ídolo que buscaba era su muerte”.

Las esperanzas de que había algo en el exterior que nos podía dar la plenitud eran falacias y engaños. La plenitud estaba en nuestro interior. Nada exterior podía dar la plenitud que ya se tenía. Un contrasentido total. Una idea que iba creciendo en el corazón de Adolfo. 

Una idea que pasaba los límites de los pensamientos. Una idea que iba atrayendo a su corazón y veía, con claridad, la maravillosa experiencia que estaba al alcance de nosotros. Ni siquiera había que alargar la mano. Era nuestra, estaba en nuestro interior. No era algo que nos completaba. Éramos nosotros mismos en toda su expresión.

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