lunes, octubre 16

CÓMO SE SACAN LAS ESPINAS

Luis estaba contento con su cofre personal lleno de sus tesoros de las decisiones. También sabía utilizar muy bien la llave que le llevaba a sacar sus perlas. Pero, había descubierto que junto a sus perlas había espinas. Y ahora con mucha ilusión estaba centrado en el mecanismo de ir sacando las espinas. 

Sabía que no era fácil quitar una espina de una herida. En varias ocasiones había visto con mucha admiración la habilidad de ciertas personas para quitar espinas de la piel bien incrustadas. Abrían un camino que le permitía ofrecer una salida a la espina clavada. 

Pero, esa habilidad en algunas personas no era la suya. En otros momentos, había tratado de aplicar la misma técnica con una solución totalmente contraria. Cuanto más se acercaba a ellas, el camino realizado provocaba más la incrustación que la salida. 

Así que dedicó especial atención a no equivocarse de movimiento: debía quitarlas, no ahondarlas. 

La perla la tenía en su mente: 

Hoy no tomaré ninguna decisión por mi cuenta

Había descubierto la espina: primero decides lo que vas a hacer y luego decides preguntar qué es lo que debes hacer. Sabiendo esto, era oportuno repetirse a lo largo del día: 

                Si no tomo ninguna decisión por mi cuenta,                ésa es la clase de día que se me concederá.

Mas habrá ocasiones en las que ya habrás juzgado de antemano. En esos casos la respuesta suscitará un ataque, a no ser que rectifiques tu mente de inmediato para que sólo desee una respuesta efectiva.

Recuerda nuevamente la clase de día que te gustaría tener y reconoce que ha ocurrido algo que no forma parte de ello. Di entonces: 

                       No tengo ninguna pregunta.                                         Me olvidé de lo que tenía que decidir. 

Esto cancela las condiciones que has establecido y permite que la respuesta te muestre cuál debió haber sido realmente la pregunta. 

Si estás tan reacio a recibir que ni siquiera puedes olvidarte de tu pregunta puedes empezar a cambiar de parecer con lo siguiente: 

                           Por lo menos puedo decidir que no me gusta        cómo me estoy sintiendo ahora. 

Esto por lo menos es obvio, y allana el camino para el siguiente paso, que es muy sencillo. Una vez que has decidido que no te gusta cómo te estás sintiendo, qué podría ser más fácil que continuar con: 

Por lo tanto, espero haber estado equivocado.

Esto mitiga la sensación de resistencia y te recuerda que no se te está forzando a que aceptes ayuda, sino que ésta es algo que deseas y necesitas porque no te gusta cómo te estás sintiendo. Esta ínfima apertura bastará para que puedas seguir adelante y dar los pocos pasos que necesitas para dejar que se te ayude.

Ahora has llegado a un punto crucial porque te has dado cuenta de que saldrías ganando si lo que decidiste no es como tú pensabas. Hasta que no llegues a este punto, creerás que tu felicidad depende de tener razón. Pero por lo menos has alcanzado un grado de sensatez: te has dado cuenta de que sería mejor para ti que estuvieses equivocado. 

No se te está forzando a ello, sino que simplemente esperas lograr lo que quieres. Por lo tanto, puedes decir con perfecta honestidad: 

Quiero ver esto de otra manera

Ahora has cambiado de parecer con respecto a la clase de día que deseas tener, y has recordado lo que realmente quieres. Su propósito ya no está velado por la demente idea de que lo que quieres para satisfacer tu empeño de tener razón cuando en realidad estás equivocado. 

Este último paso es el reconocimiento de que no te opones a recibir ayuda. Es la declaración de una mente receptiva, que, aunque todavía no está segura, está dispuesta a que se le muestre lo que necesita ver: 

                              Tal vez hay otra manera de ver esto.                               ¿Qué puedo perder con preguntar?

Ahora puedes, por lo tanto, hacer una pregunta que tiene sentido, y, consecuentemente, la respuesta tendrá sentido también. Y no te opondrás a ella, pues comprenderás que es a ti a quien dicha respuesta beneficiará. 

Luis veía ahora con claridad que eso de tener razón era la fuerza que embutía la espina mucho más hacia el interior. Si no nos sentíamos bien, no podíamos tener razón. Había algo que cambiar. Había una idea diferente en la que indagar. Así la espina podía sacarse y poder disfrutar de todas las perlas del cofre evitando el dolor y la infección.

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