Adolfo notaba cómo su corazón latía al captar la idea de que todos los humanos eran iguales ante la ley. Era un canto a la dignidad de la persona. Era una expresión de la grandeza humana. Era una afirmación que ponía una igualdad entre todos los seres humanos que apenas disponían.
A lo largo de la historia habíamos aprendido que siempre había habido categorías de personas humanas. En época romana los esclavos no eran libres. Se podía disponer incluso de sus vidas. Había sociedades muy clasistas, muy diferenciadoras por el nivel socio-económico y por las desigualdades raciales.
Siempre resonaba en la mente de Adolfo una afirmación que no lograba entender. Delante de una iglesia protestante había un negro que no le permitían la entrada. Funcionaba como un club privado de blancos. El negro se sentaba en uno de los escalones y dejaba que sus lágrimas cayeran de sus mejillas.
Se le acercó una persona con tintes raciales acusados. Se interesó por las lágrimas del hombre negro. Balbuceando le decía que no le dejaban entrar porque era negro. La persona que le preguntó le contestó con afabilidad: “no te preocupes. Yo soy Jesús y a mí tampoco me dejan entrar”.
Jesús conocía bien el sentimiento de separación y de rechazo. Por ello, ante Dios todos teníamos la misma igualdad. Ante él ni ricos, ni pobres, ni blancos, ni negros, ni ninguna diferencia significaba nada.
“La perfecta igualdad que el Espíritu Santo percibe es el reflejo de la perfecta igualdad del conocimiento de Dios. La percepción del ego no tiene equivalente en Dios, pero el Espíritu Santo sigue siendo el puente entre la percepción y el conocimiento”.
“Al permitirte usar la percepción de forma que refleje el conocimiento, este finalmente podrá ser recordado. El ego preferiría creer que es imposible que ese recuerdo vuelva a tu mente”.
“Sin embargo, es tu percepción lo que el Espíritu Santo guía. Tu percepción acabará allí donde comenzó. Todo converge en Dios porque todo fue creado por Él y en Él”.
El hombre negro y el hombre con tintes de rasgos faciales se levantaron y se marcharon de la iglesia. Una hermosa conversación nació entre ambos. Sintieron que sus experiencias eran paralelas en muchos sentidos. Ello les dio paz y serenidad en sus vidas y en sus experiencias.
Jesús le dijo que estaba contento porque en la iglesia, aunque hubiera sido en la calle, había encontrado una persona contenta de compartir su conversación. El hombre negro le devolvía una mirada agradecida. Le dijo que no sabía lo que había dentro de aquel templo, pero ese detalle de acompañarle en esos momentos le había dado mucho ánimo.
Al fin el alma de una persona negra encontraba en la igualdad divina la excelencia de su dignidad, la grandeza de haber sido creado por el mismo Dios de los blancos que se creían superiores.
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