Mario reconocía que, cuando conocía alguna persona, su mente le jugaba unas malas pasadas. Siempre buscaba las ventajas de tener dicha amistad. Reconocía que su hermana siempre se lo subrayaba. Si en la familia había alguna persona que pudiera reportarnos alguna ayuda especial, estupendo.
Cuando en la familia aparecía algún fisioterapeuta o algún médico emparentado con algunas de las sobrinas, era motivo de alegría y de gloria. De hecho, unos de los médicos era oftalmólogo y, al tener necesidad, mi hermana lo visitaba particularmente sin pagarle nada. La familia estaba para apoyar.
Lo triste del caso era que las personas que no reportaban ninguna ventaja las relaciones quedaban reducidas a lo mínimo. Ahora que leía las características del amor especial comprendía esas actitudes. Los demás sólo nos interesaban en cuanto rellenaban alguna de nuestras necesidades.
Si en algún momento no lo hacían, se les criticaba y se los alejaba. El amor especial no era natural. Su mensaje estaba claro: si me ayudas, te aprecio. Si no me ayudas, te alejo de mis relaciones. Así era de injusto y de parcial el amor especial.
Por ello, Mario sentía cierto regocijo en su interior al ver que la perfecta imparcialidad ponía las relaciones de amor no en las ventajas personales de las relaciones, sino en el compartir la ayuda cuando se presentaba de forma natural. El amor que se ofrecía no tenía ninguna condición establecida.
“El Espíritu Santo te fue dado con perfecta imparcialidad, y a menos que lo reconozcas imparcialmente no podrás reconocerlo en absoluto. El ego es legión, pero el Espíritu Santo es uno”.
“No hay tinieblas en ninguna parte del Reino, y tu papel sólo consiste en impedir que las tinieblas moren en tu mente. Esta armonía con la luz es ilimitada porque está en armonía con la luz del mundo”.
“Cada uno de nosotros es la luz del mundo, y al unir nuestras mentes en esa luz proclamamos el Reino de Dios juntos y cual uno solo”.
Mario aceptaba que era una liberación aceptar el amor sin condiciones. Era una delicia no valorar a las personas por lo que nos pudieran dar. Eso era, más bien, al contrario. Siempre era más hermoso dar que recibir. Y esa experiencia de amor, de aceptación, de identificación con las personas era una experiencia más allá de toda comprensión.
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