Esteban, mirando el azul horizonte que se extendía ante su vista, aquel día de paseo por la montaña, pensaba en la mirada de Jesús que acababa de leer. Absorto en la intensidad del alba, se dejaba envolver con los matices de los tonos de la mañana y la luz que todo lo envolvía con su estrellado manto de guirnaldas.
El pensamiento fluía con la cascada de agua pura del desnivel de la roca. Cuando Jesús te miraba no te veía como te veían las gentes que no te conocían. Te veía con una mirada que veía todas tus grandezas dormidas en el interior de tu alma.
Sentía que ser mirado por Jesús era la grandeza inesperada de la vida. Era como autoafirmarse en la verdad eterna que anidaba en los poros del corazón y en los elementos alados que nos transportaban en momentos más allá de las sensaciones físicas que nos rodeaban.
Y eso era vivir. Vivir era volar. Vivir era imaginar. Vivir era ver verdades como puños que pasaban a nuestro alrededor. Era ver a los Hijos de Dios caminar, resolver sus asuntos, seguir la jornada, reanudar sus trabajos y decir con sentido saludos que hacían revolotear los pulmones llenos de alegría y de contacto.
“Hemos aprendido, no obstante, que hay una alternativa a la proyección. Todas las capacidades del ego se pueden emplear para un propósito mejor, ya que sus capacidades las dirige la mente que dispone de una Voz mejor”.
“El Espíritu Santo extiende y el ego proyecta. Del mismo modo en que los objetivos de ambos son opuestos, así también son los resultados. El Espíritu Santo comienza viendo tu perfección”.
“Como sabe que esa perfección es algo que todos comparten, la reconoce en otros, y así la refuerza tanto en ti como en ellos. En vez de ira, esto suscita amor tanto en ellos como en ti porque establece el grado de inclusión”.
“Puesto que percibe igualdad, el Espíritu Santo percibe, en todos, las mismas necesidades. Esto invita automáticamente a la Expiación porque la Expiación es la necesidad universal de este mundo”.
“Percibirte a ti mismo de esta manera es la única forma de hallar felicidad en el mundo. Eso se debe a que es el reconocimiento de que tú no estás en este mundo, pues el mundo es lugar infeliz”.
Esteban seguía grabando las palabras y las ideas en su corazón y en su visión del universo delante de sí. La mirada de Jesús marcaba la diferencia. El objeto de la mirada del Espíritu Santo era la opuesta: “El Espíritu Santo comienza percibiendo tu perfección”.
Algo sencillo al alcance de nuestras manos, de nuestros ojos, de nuestros pensamientos y de nuestros objetivos amplios de unidad personal.
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