domingo, noviembre 18

NO CONFUNDIR LA RESPUESTA Y LA PREGUNTA


Benjamín, en ocasiones, se preguntaba por el Espíritu Santo. Era una pregunta directa para comprender un elemento esencial de la vida espiritual. Sin embargo, la dificultad en definirlo, comprenderlo y conceptuarlo, era harto difícil y nunca le habían dado una respuesta adecuada. 

Reconocía que sin una comprensión adecuada poco uso iba a realizar en su vida de los mencionados dones del Espíritu Santo y de los frutos del Espíritu Santo. Reflexionaba aquella tarde sentado en su habitación. Tenía una música tenue de fondo y la idea del Espíritu Santo revoloteaba por el ambiente. 

De alguna manera, pensaba, debía encontrar alguna pista para entenderlo y conceptuarlo. La mente debía darnos esa respuesta. La mente era nuestra ayuda y no podía dejarnos abandonados a nuestra suerte sin ofrecer su fruto adecuado a las preguntas que nos preocupaban y nos inquietaban. 

Su mente divagaba. Buscaba comparaciones con otras palabras. Sabía que era difícil definir la oscuridad. Todo quedaba reducido que la oscuridad era ausencia de luz. La luz quitaba la oscuridad y favorecía que todos pudiéramos hacer nuestras maniobras fácilmente cuando la luz estaba. Sin luz, la oscuridad no ayudaba en nada. 

El Espíritu Santo que nos recordaba nuestra unión con Dios se ponía de manifiesto cuando nuestro ego, nuestra posibilidad de decidir por nosotros mismos sin otro recurso, decía que podía vivir sin la ayuda ni la protección de Dios. El ego se sentía soberano. 

Sin embargo, el ego terminaba por separar a las personas, por enfrentarlas, por fijarse en las diferencias y subrayar sus contradicciones. Desde ese punto de vista el Espíritu Santo era la idea contraria. 

“Recuerda que el Espíritu Santo es la Respuesta, no la pregunta. El ego siempre habla primero. Es caprichoso y no le desea el bien a su hacedor. Cree, y con razón, que su hacedor puede dejar de brindarle apoyo en cualquier momento”. 

“Se te desease el bien, aparentemente se alegraría de ello, pero el ego no se considera parte de ti. Por tanto, tu bien y el suyo son contrapuestos. En cambio, el Espíritu Santo se alegrará cuando te haya conducido a tu hogar y ya no tengas necesidad de que Él te guíe”. 

“En la separación entre las personas radica el error fundamental de percepción del ego, la base de todo su sistema de pensamiento” 

Benjamín captaba que el ego y el Espíritu Santo funcionaban como la oscuridad y la luz. La defensa de los intereses personales de cada uno y el enfrentamiento entre las personas era la oscuridad. El Espíritu Santo, en cambio, buscaba la comprensión de las personas y el bien común de todas ellas. Eso obedecía a las funciones de la luz. 

El ego habla primero (la oscuridad) el Espíritu Santo responde (la luz). En la comparación destacaba la función de ambos. Los conceptos iban clarificándose.

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