viernes, noviembre 16

ENSEÑA SÓLO AMOR


Iván había quedado entusiasmado con la conversación que había tenido con unos amigos. Era un matrimonio a los que conoció cuando daba clase a su hijo. Más tarde también le dio clase a su hija. La afinidad espiritual entre la familia y él los había hecho avanzar en caminos personales de amistad. 

A pesar de la identificación con los actos de amor comunes, salió el tema del juicio de aquellos a los que la humanidad había condenado. Unieron a ese tema las palabras de Jesús: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Jesús perdonó a aquellos que gritaban jaleando su muerte. 

Los humanos en general solemos perdonar. Algunas personas van más allá y perdonan a sus verdugos. Pero en la conversación salió a relucir cierto ánimo de revancha y de censura hacia todos los que habían hecho mal y la humanidad los había censurado. 

Iván, siguiendo las palabras de Jesús, decía que nosotros no teníamos ninguna razón, ningún derecho, ninguna potestad para condenar a nadie. Sin embargo, en ocasiones, ocupábamos el lugar de Dios justiciero y la condenación nos salía por todos los poros. 

“Puesto que no puedes dejar de enseñar, de compartir esas incidencias de tu corazón, tu salvación radica en enseñar exactamente lo opuesto a lo que el ego cree”. 

“Así es como aprenderás la verdad que te hará libre y que te mantendrá libre a medida que otros la aprendan de ti. La única manera de tener paz es enseñando paz”. 

“Al enseñarla, no puedes sino aprenderla, pues no puedes aprender aquello de lo que todavía te disocias. Sólo así podrás recobrar el conocimiento que desechaste”. 

“Para poder compartir una idea tienes primero que disponer de ella. Dicha idea despierta en tu mente mediante la convicción que nace de enseñarla. Aprendes todo lo que enseñas”. 

“Enseña solamente amor, y aprende que el amor es tuyo y que tú eres amor”. 

Iván dejó a sus amigos. Su corazón se sentía aliviado, tranquilo y lleno de paz. También la paz embargó a sus amigos. La idea de dejar de juzgar les llenaba de un soberano descanso. No habíamos sido llamados los humanos a condenar sino a apoyar y resaltar lo maravilloso que había en todos los seres humanos. 

Un corazón pleno y amante no puede condenar: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Jesús no condenó ni siquiera en los momentos donde se sentía abandonado, señalado, condenado y despreciado.

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