Benito se quedaba sorprendido. La idea de enseñanza era vital en el aprendizaje y en el desarrollo de las habilidades y de nuestra situación. Cada día se abrían ante nuestros ojos posibilidades de nuevos significados que orientaban nuestra vida y nos daban los motivos de nuestra existencia.
En ocasiones, Benito se preguntaba si el sueño que estaba viviendo era tan profundo que muchas creencias eran eso, creencias pero que distaban mucho de la realidad. La mente era capaz de fabricar creencias, vivirlas y moverse dentro de ellas como si fueran reales.
Las creencias de cruzarse con un gato negro como señal de mal augurio. La creencia en el miedo a los lugares oscuros y se necesitaba que la luz no desapareciera nunca de dichos lugares. La afirmación interna de que no eran queridos por sus progenitores.
Benito había visto muchas de esas creencias en su diario vivir. Eran tan reales para la gente que las vivía que no podían luchar contra ellas. Eran creencias tan firmes y seguras que parecían una cárcel fabricada para no salir de ellas. Así era de potente la mente que fabricaba dichas creencias.
“Dios no enseña, pues enseñar implica una insuficiencia que Dios sabe que no existe. Dios no está en conflicto. El propósito de enseñar es producir cambios, pero Dios sólo creó lo inmutable”.
“La separación no fue una pérdida de la perfección, sino una interrupción de la comunicación. La voz del ego surgió entonces como una forma de comunicarse estridente y áspera”.
“Esto no podía alterar la paz de Dios, pero sí alterar la tuya. Dios no la acalló porque erradicarla habría sido atacarla. Habiendo sido cuestionado Él no cuestionó. Él simplemente dio la Respuesta. Su Respuesta es tu maestro”.
Benito veía caminos nuevos que establecían las cualidades de cada uno de nosotros. Le había quedado esa idea de que la perfección no fue tocada. Lo que se trastornó fue la comunicación. Teníamos en nuestros corazones ecos de esa perfección que Dios puso en nosotros.
Era cierto que la voz del ego también tenía su función y nos guiaba por caminos extraños a los propuestos por el Espíritu Santo. La Respuesta de Dios era el Espíritu Santo para recobrar la comunicación y así restablecer nuestra visión divina sin ninguna equivocación.
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