Darío, en algunas ocasiones, se veía sorprendido por algunas de las cosas que decía y compartía con sus amigos, con sus alumnos y con sus compañeros profesores. Algunos de ellos se lo hacían notar y le subrayaban la sabiduría de aquello que les compartía.
Darío se quedaba sin palabras. Aquello a lo que ellos se referían lo acababa de descubrir en la cadena de razonamientos que estaban compartiendo. Es decir, lo acababa de descubrir él mismo. No era un saber almacenado en su memoria ni en su cerebro. Era fruto del descubrimiento en la conversación.
Era una experiencia que al compartirla con los demás se sentía incómodo. Las personas no aceptaban que lo acabara de ver. Sólo aquellos con los que tenía una afinidad más cercana le aceptaban sus afirmaciones. Ahora, al leer las ideas del párrafo que tenía ante sus ojos, se veía comprendido y entendido.
Trató de ser comprensivo con las personas que tenían dificultad de admitir esos acontecimientos y cuando se lo hacían notar, se callaba y lo suplía con una amplia sonrisa que desviaba la conversación por otros recovecos menos abstractos y más aceptados.
“Como ya hemos puesto de relieve, toda idea tiene su origen en la mente del que la piensa. Lo que se extiende desde la mente, por lo tanto, se encuentra todavía en ella, y la mente se conoce a sí misma por lo que extiende”.
“La palabra ‘conoce’ está usada correctamente aquí porque el Espíritu Santo, mediante Su percepción imparcial, guarda todavía el conocimiento a salvo en tu mente”.
“Dado que Él nunca ataca, no obstaculiza la comunicación de Dios. Por lo tanto, el estado de ser nunca se ve amenazado. Tu mente que es semejante a la de Dios, jamás puede ser profanada”.
“El ego no fue nunca parte de ella, ni lo será jamás, pero a través del ego puedes oír, enseñar y aprender lo que no es cierto. Te has enseñado a ti mismo a creer que no eres lo que eres”.
“No puedes enseñar lo que no has aprendido, y lo que enseñas lo refuerzas en ti al compartirlo. Cada lección que enseñas es una lección que tú mismo estás aprendiendo”.
Darío se sentía comprendido al afirmar que cada lección que enseñaba era una lección que él mismo estaba aprendiendo. Y esas ocasiones de aprendizaje le ocurrían a menudo en las conversaciones. Muchas veces admitía que además de ser ideas para compartir con los demás eran ideas para él mismo.
Por ello, al estar en contacto personal con los amigos y conocidos, los temas que salían en sus conversaciones tenían el sabor especial de encontrar novedades de vida que el Espíritu Santo compartía con ellos.
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