Carlos no entendía la idea de sacrificio para superar algún obstáculo. Veía que era un concepto muy en boga durante aquellos años de su adolescencia y primera madurez. Cuando pensaba en la maravilla que había descubierto con su novia y esposa después, el sacrificio no tenía lugar en esa experiencia.
Era una transformación inefable, indecible. No se podía explicar las tremendas ilusiones que circulaban por su mente y por sus ideas que pasaban por ella. Todo era alegría, ilusión, nueva mirada, nueva visión y nuevas palabras, que sazonaban las conversaciones cuando su prometida o esposa era objeto de conversación.
Esa boda, ese enlace, ese período tan especial podía empañarse con la idea de sacrificio. Amar era la experiencia más hermosa y bella que podía salir de su boca, de su corazón, de sus poros. No había que hacer ningún esfuerzo ni sacrificio cuando el enamoramiento lo envolvía todo.
“Percibe cualquier parte del sistema de pensamiento del ego como completamente demente, completamente ilusoria y completamente indeseable, y habrás evaluado correctamente todo el sistema”.
“Esta corrección te permite percibir cualquier parte de la creación como completamente perfecta, completamente real y completamente deseable. Al desear sólo esto, tendrás sólo esto, y al dar sólo esto, serás sólo esto”.
“Las ofrendas que le haces al ego siempre se experimentan como sacrificios, pero las que le haces al Reino son ofrendas que te haces a ti mismo. Dios siempre las estimará porque les pertenecen a Sus Hijos amados, y Sus Hijos le pertenecen a Él”.
“Todo poder y gloria son tuyos porque el Reino es Suyo”.
Carlos se sentía feliz. Ya no había que aceptar la idea de sacrificio. Era una palabra, un concepto, que pertenecía al sistema de pensamiento del ego. La idea de amor, amar, ilusión, felicidad y la nueva visión, pertenecían al Reino de Dios.
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