Santiago tenía muy presente la utilización del verbo ‘honrar’. Procedía del verbo dar honor. Ser ‘honorable’ era la dignidad que tenía cada persona por su procedencia. Todos los Hijos de Dios son honorables. La tristeza se producía cuando los seres humanos le usurpaban esa función a Dios.
La palabra ‘honorable’ procedía de la palabra ‘honorar’. Y ‘honorar’ se había convertido en ‘honrar’. Decidir nosotros mismos quiénes eran honorables era una función que nadie nos había dado, nadie nos hacía capacitado para decidirlo. Solamente El Eterno tenía esa capacidad.
Y eso nos creaba problemas porque al creer que había personas carentes de la honorabilidad afirmábamos sin duda que había algo en nosotros que tampoco era honorable. La ley era fiel a su principio. Solamente veíamos en los demás lo que éramos nosotros.
“Honrar a tus hermanos es el único regalo apropiado para quien Dios Mismo creó dignos de honor, y a quienes honra. Muéstrales el aprecio que Dios siempre les concede, pues son Sus Hijos amados en quienes Él se complace”.
“No puedes estar separado de ellos porque no estás separado de Él. Descansa en Su Amor y protege tu descanso amando. Pero ama todo lo que Él creó – de lo cual tú formas parte – o no podrás aprender lo que es Su paz y aceptar Su don para ti mismo y como tú mismo”.
“No podrás conocer tu propia perfección hasta que no hayas honrado a todos los que fueron creados como tú”.
Santiago admitía que tener claro esos principios era desarrollar en su interior esa visión global que no discriminaba a nadie. Esa visión global quitaba las diferencias, abolía las jerarquías y deshacía los niveles de todo tipo.
Y con esa visión global se desarrollaban en el interior de la persona la misma visión que el Padre. Viendo a los demás honorables se veía uno a sí mismo honorable.
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