Daniel gozaba de las vislumbres nuevas que se abrían en sus horizontes. Esa incorporación al campo del espíritu era todo un reto para su mente y para su comprensión. A pesar de las dificultades inherentes a dicho campo nuevo, se sentía fuertemente atraído por ese mundo que daba sus rayos de luz.
Era como volver al inicio de la Creación. Era como sentirse totalmente inocente, completo, tranquilo y sosegado por sentirse en esos instantes donde nació de las manos del Creador. La idea de que la Imagen y Semejanza de Dios se centraban en los seres creados era una visión nueva.
También sentía que era algo como si ya hubiera conocido en el fondo de su ser, pero, en muchas ocasiones, no se lo había creído por distar tanto del conocimiento usual entre las personas. Era un fuego interior, pero nunca había salido al exterior.
“El poder creativo de Dios y el de Sus creaciones es ilimitado, pero no existe entre ellos una relación recíproca. Te comunicas plenamente con Dios, tal como Él se comunica contigo”.
“Es este un proceso continuo que compartes con Él, y por el hecho de que lo compartes, te sientes inspirado a crear como Él crea. En la creación, no obstante, no existe una relación recíproca entre tú y Dios, ya que Él te creó a ti, pero tú no lo creaste a Él”.
“Ya te dije que tu poder creativo difiere del Suyo solamente en ese punto. Incluso en este mundo existe un paralelo. Los padres traen al mundo a sus hijos, pero los hijos no traen al mundo a sus padres”.
“Traen al mundo, no obstante, a sus propios hijos, y, de este modo, procrean tal como sus padres lo hicieron”.
Daniel empezaba a aceptar esas intuiciones que le salían de lo profundo del alma. Esa capacidad creativa que tenía el ser humano con su Dios. En ese Reino donde todo era diferente al nuestro, nuestra potencialidad era infinita. Le gustaba la comparación de que éramos creados por Dios.
Nosotros, en cambio, no habíamos creado a nuestro Dios. Teníamos Su imagen y semejanza. Teníamos todos los poderes que Él nos había conferido. Teníamos la claridad de que Él era nuestro Creador. Y nosotros, como criaturas Suyas, caminábamos por las sendas que Él nos proveía.
Sendas que nos llenaban de sabiduría, de paz, de generosidad, de confianza y de rendición total. Rendirse era aceptar que nuestro interior era como el de nuestro Padre. En ese punto se estaba más cerca de la Identificación que de la rendición.
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