Pablo siempre que veía a alguna persona peculiar por su aspecto, por su dedicación, por su apariencia diferente, buscaba, detrás de los detalles físicos, los elementos de carácter, de espíritu, de actitud y de ánimo que lo impulsaba. Era un automatismo que definía su mirada.
Los elementos físicos daban alguna información, pero una conversación, unos momentos compartiendo latidos del corazón, un paseo sintiendo que dos almas se unían en una sola, la hermosa sensación de admiración que nacía de dos seres que se unían en sus miradas, daban la información de la vida.
La apariencia quedaba en un segundo o tercer plano. El plano del espíritu se ponía delante con todos sus acordes, sus notas adecuadas, sus vibraciones conjuntas, sus anhelos conjuntados y la brisa del aire les daba la información que caminaban por el mismo sendero de la existencia.
Los ojos podían llenarse con los detalles físicos. Esa sensación duraba un cierto tiempo con todos los maquillajes y todas las estratagemas de ocultar las imperfecciones de la piel. Ni siquiera el cuerpo era completo. Había que retocarlo y ocultar su naturalidad.
Lo que era fruto del engaño desaparecía con el tiempo y con la evolución biológica del cuerpo. “Dios no creó el cuerpo porque el cuerpo es destructible, y, por consiguiente, no forma parte del Reino”.
“El cuerpo es el símbolo de lo que crees ser. Es a todas luces un mecanismo de separación y, por lo tanto, no existe. El Espíritu Santo, como siempre, se vale de lo que tú has hecho y lo transforma en un recurso de aprendizaje”.
“Una vez más, y como siempre, reinterpreta lo que el ego utiliza como un razonamiento en favor de la separación, y lo convierte en una demostración contra esta”.
“Si la mente puede curar al cuerpo, pero el cuerpo no puede curar a la mente, entonces la mente tiene que ser más fuerte que el cuerpo. Todo milagro es una demostración de esto”.
Pablo veía en esos pensamientos la afirmación de lo que hacía de forma automática al ver una persona por primera vez. Iba más allá de la apariencia, más allá de la primera impresión para conectar y conocer esa energía que conformaba esa expresión corporal.
Entrar en contacto con el espíritu de esa persona era entrar en contacto con el Espíritu Divino que lo creó, con el Espíritu Divino universal que nos unía a todos.
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