jueves, diciembre 6

LA UNIDAD A TRAVÉS DE LA MENTE


Santiago se balanceaba en la mecedora donde se sentía gratamente tendido y relajado. La paz de su alma resaltaba con la tranquilidad de su cuerpo. Nada impedía que la mente siguiera por sus cursos especiales en esos momentos de dulce serenidad que envolvía el ambiente y su figura. 

Todo parecía cambiar de aspecto. Una luz nueva surgía en el horizonte. La brisa mecía las ramas verdes y llenas de vida de los árboles de la colina. El azul del cielo se llenaba con brotes algodonosos de nubes blancas viajando con la tranquilidad de lo eterno. 

Viajes que seguían los ojos de Santiago con la dulzura de ese momento lleno de magia que todo le recordaba sus momentos de cercanía con lo eterno. Una forma de acercarse a aquello que su alma sentía, pero el quehacer diario le hacía olvidar para realizar las faenas circulatorias del ganado y del campo. 

Las responsabilidades inicialmente habían cesado. Disponía de esos momentos donde los vuelos interiores se despertaban y se adentraban por parajes nuevos y placenteros. Era la comida de su espíritu que venía a visitarle de tanto y en tanto y le dejaban lleno de amor, de descubrimiento, de nuevo conocimiento. 

“He dicho que el Espíritu Santo es la motivación de los milagros. El Espíritu Santo te dice siempre que sólo la mente es real porque es lo único que se puede compartir”. 

“El cuerpo es algo separado, y, por lo tanto, no puede ser parte de ti. Ser de una sola mente tiene sentido, pero ser de un solo cuerpo no tiene ningún sentido. De acuerdo con las leyes de la mente, pues, el cuerpo no tiene ningún sentido”. 

Santiago reconocía que su cuerpo poseía una energía que lo ayudaba en sus tareas diarias. Recogía el grano, lo ponía delante del ganado para que se alimentara. Aliviaba a las vacas de sus ubres llenas de leche. Daba de comer a cada uno de los animales que le esperaban contentos con la comida. 

Ello requería fuerza y aguante. Su cuerpo, gracias al movimiento, iba de un lugar a otro. Llegaba a todos los sitios y recogía al final del día el producto en forma de huevos de las gallinas. Todo un ejercicio para apuntalar la vida, la energía y la comida para toda la familia. 

Sin embargo, pensaba, que todo aquel despliegue de fortaleza sin la dirección de una mente no podría alcanzar su cometido final. La mente trataba de enfrentar las incidencias que surgían: un accidente, una pata rota, el conato de un incendio y la sangre que brotaba de las heridas que se hacían los diferentes animales y las personas. 

Sin mente, el cuerpo estaba perdido. Sin mente, las fiebres eran capaces de consumir el cuerpo sino fuera por los cuidados y saberes de las personas que sabían cómo tratar enfermedades tan usuales, pero tan debilitantes en sus momentos de fuerza. 

La mente no podía fallar en ninguno de esos momentos. Sólo requería sueño y descanso para su total recuperación una vez hecho su trabajo.

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