Rafa descubría que las leyes del ego diferían en mucho de las leyes del espíritu. El ego partía de la carencia. Debía ganar siempre. Debía quedar por encima de los demás y siempre estaba intranquilo si no tenía una posición de poder. El Espíritu partía de una situación de abundancia.
Vivía en la confianza absoluta de que el Creador lo tenía todo y que todo se podía compartir. Al compartir se poseía y se llegaba a todos. Era algo así como el amor. Cuanto más amor se daba, más amor se producía, se comunicaba y se multiplicaba. Todos podían participar del amor sin límites.
“El Espíritu Santo que nos conduce a Dios, transforma la comunicación en el estado de ser, de la misma manera en que en última instancia, transforma la percepción en conocimiento”.
“No pierdes lo que comunicas. El ego se vale del cuerpo para atacar, para obtener placer y para vanagloriarse. La locura de esta percepción la convierte en algo verdaderamente temible”.
“El Espíritu Santo ve el cuerpo solamente como un medio de comunicación, y puesto que comunicar es compartir, comunicar se vuelve un acto de comunión. Tal vez creas que el miedo – al igual que el amor – se puede comunicar y que, por lo tanto, se puede compartir”.
“Sin embargo, esto no es tan real como pueda parecer a primera vista. Los que comunican miedo están fomentando el ataque, y el ataque siempre interrumpe la comunicación, haciendo que esta sea imposible”.
“Es verdad que los egos se unen en alianzas temporales, pero siempre para ver lo que cada uno puede obtener para sí mismo. El Espíritu Santo comunica solamente lo que cada uno puede darle a todos”.
“Nunca te quita nada que te haya dado, pues Su deseo es que te quedes con ello. Sus enseñanzas, por lo tanto, comienzan con esta lección: ‘Para poder tener, da todo a todos’”.
Rafa agradecía en su corazón la claridad de las diferencias entre el espíritu y el ego. “El ego se vale del cuerpo para atacar, para obtener placer (de la victoria) y para vanagloriarse. La locura de esta percepción la convierte en algo verdaderamente temible”.
El espíritu, al no tener miedo, no atacaba. No obtenía superioridad sobre los demás y por ello no se vanagloriaba de nada. El gozo era conjunto. Todos tenían el mismo beneficio y todos participaban de la intensa comunión de la comunicación que se había convertido en conocimiento.
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