Lucas recordaba muy bien la experiencia que había tenido con una de las personas de la corporación que ocupaba un lugar muy destacado. Tenía una autoridad sobre una gran área. Varios años le habían dado la posibilidad de ir construyendo toda una serie de relaciones con los diversos responsables.
La vida era cambiante y cayó en descrédito. Los subordinados no le apreciaban por su postura fría y tajante en muchos momentos. Hombre de pocas palabras. Cuando estaba de acuerdo accedía de inmediato a los pactos y los llevaba a efecto sin más dilación.
Cuando no estaba de acuerdo, el silencio construía un dique de lejanía que hacía imposible cualquier súplica. En esta nueva situación donde su puesto peligraba, Lucas captó todo el conjunto de relaciones que estaba poniendo en movimiento para que las decisiones no fueran por donde se esperaba: su cese en esa responsabilidad.
Estaba asustado. Su seguridad había desaparecido. Lucas tenía una incidencia pendiente con él. En una conversación Lucas se lo mencionó y lo que no quiso ver en un año, en apenas quince segundos dio la orden de que se resolviera aquella incidencia. El miedo, sin duda, nos hacía cambiar.
“El Espíritu Santo nunca hace una relación detallada de los errores porque Su intención no es asustar a los niños, y los que carecen de sabiduría SON NIÑOS. Siempre responde, no obstante, a su llamada, y el hecho de que ellos puedan contar con Él los hace sentirse más seguros”.
“Los niños ciertamente confunden las fantasías con la realidad, y se asustan porque no pueden distinguir las diferencias que hay entre ellas. El Espíritu Santo no hace distinción alguna entre diferentes clases de sueños”.
“Simplemente los hace desaparecer con Su luz. Su luz es siempre la llamada a despertar, no importa lo que hayas estado soñando. No hay nada duradero en los sueños, y el Espíritu Santo, que refulge con la Luz de Dios Mismo, sólo habla en nombre de lo que perdura eternamente”.
Lucas comprendía que aquella persona que veía peligrar su puesto actuaba como un niño. Nunca se había planteado esa nueva forma de ser niño. Se podía ser niño por edad, por falta de madurez en la edad adulta, y ahora debía añadir, la falta o carencia de sabiduría en la edad donde eso no debía ocurrir.
Una persona mayor, con mucha experiencia, sin sabiduría era un niño. Se asustaba como un niño y se le debía hablar como un niño para no asustarlo más. El Espíritu Santo sabía cómo tratarnos y cómo tener paciencia para que nosotros no nos confundiéramos.
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