Samuel reflexionaba sobre los dos nombres que utilizaba Jesús. Uno era el citado Jesús y el otro el Cristo. El primero coincidía con nuestro nombre personal que nos ponían nuestros padres. El segundo era el nombre que nos ponía Dios. Y los dos nombres se unían en ocasiones: Jesucristo.
El nombre que nos ponía Dios era Cristo. Significaba que veíamos en todos los demás a personas con esa cualidad de Hijos de Dios. No eran extraños ni lejanos, ni extranjeros. Eran Hijos del Padre como éramos nosotros. Samuel afirmaba que a muchas personas se les había olvidado el nombre que le dio Dios.
Había personas que veían lo mejor de las demás personas. Las veían con esa característica de Cristo que el Mismo Dios nos había dado a todos. Así se formaba la gran familia divina que se desarrollaba arropada por la fuente eterna: El Creador.
Samuel reconocía que era extraño que pudiéramos compartir con los demás que teníamos ese nombre de Cristo que significaba salvador, mesías. Parecía que se repetía la misma acusación por la cual los judíos mataron a Jesús: ‘Siendo hombre te haces Dios’. Y eso era blasfemia.
Los judíos y los romanos veían en esa proclamación el poder humano, político, económico y de sometimiento de los demás. Jesús, por el contrario, veía en ese poder la liberación de ser considerados todos como Hijos del Padre. Ese concepto rompía la idea de dominación – sumisión.
“Si tú hubieses creado a Dios y Él te hubiese creado a ti, el Reino no podría expandirse mediante su propio pensamiento creativo. La creación estaría, por tanto, limitada, y no podrías ser co-creador con Dios”.
“De la misma manera en que el Pensamiento creador de Dios procede de Él hacia ti, así tu pensamiento creador no puede sino proceder de ti hacia tus creaciones. Sólo de esta manera puede extenderse todo poder creativo”.
“Las obras de Dios no son tus obras, pero tus obras son como las Suyas. Él creó a la Filiación y tú la expandes. Tienes el poder de acrecentar el Reino, aunque no de acrecentar a su Creador”.
“Reivindicas ese poder cuando te mantienes alerta sólo en favor de Dios y de Su Reino. Al aceptar que tienes ese poder, aprendes a recordar lo que eres”.
Samuel recordaba ese poder que tenía cada persona en este mundo sobre el concepto que tenía de sí mismo. Era la clave para el éxito o el fracaso en los estudios, en las relaciones y con los profesores y padres. Una persona serena y tranquila de su valía interna dedicaba sus fuerzas a conseguir sus logros.
Los alumnos que pasaban por sus manos lo ejemplificaban año tras año. Aquellos que se centraban en sus valías naturales eran personas centradas. En cambio, los que dudaban del valor que tenían eran objeto de la atención de Samuel para demostrarles que nada en el mundo podía impedirles ser lo valiosos que realmente eran.
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