Darío escuchaba y pensaba, con mucha atención, el papel que Dios le había dado en la creación. Esa imagen de sí mismo era la imagen de creador. El ser humano creaba tal como lo hacía Dios. La creación se basaba en esa veta donde lo que se multiplicaba era lo mejor del ser humano.
Esa veta maravillosa de los humanos era la imagen del Creador. Y, esa veta se multiplicaba en miles de formas en su interior, en su mente, en sus conversaciones y en sus proyectos. Nadie podía guardar dentro de sí ese tesoro inigualable que cada persona llevaba en su interior.
Toda la acción de Jesús iba en esa dirección. Sabía sacar fuera de cada persona, por poco promisoria que apareciera, dones que dejaba boquiabiertos a muchos de sus amigos, a sus cercanos, e, incluso, a sus familiares. Esa era la visión de Jesús cada vez que miraba a una persona con sus ojos transformadores.
“Tu función es aumentar el tesoro de Dios aumentando el tuyo. Su Voluntad hacia ti es su Voluntad para ti. Él no te negaría la capacidad de crear porque en ello radica Su dicha”.
“Tú no puedes hallar dicha excepto como Dios lo hace. Su gozo estriba en haberte creado a ti y Él te extiende Su Paternidad para que tú puedas extenderte tal como Él lo hizo”.
“No comprendes esto porque no lo comprendes a Él. Nadie que no acepte su función puede entender lo que esta es, y nadie puede aceptar su función a menos que sepa lo que él mismo es”.
“La creación es la Voluntad de Dios. Su voluntad te creó para que tú, a tu vez, creases. Tu voluntad no fue creada aparte de la Suya, por lo tanto, tiene que disponer lo mismo que la Suya”.
Darío entendía que esa veta de la creación de cada uno de nosotros iba en la misma dirección que la creación divina. Esos ojos transformadores de Jesús eran la invitación para incorporarnos a la creación estupenda y maravillosa.
Si no marchábamos en la misma senda que Su voluntad, la creación no era posible. En cambio, nuestra libertad, al descubrir la grandeza de Dios, elegía Su Voluntad y la creación, desde ese momento, se ponía en marcha.
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