Josué había pensado en muchas ocasiones en el cuerpo. La juventud era ese lapso de tiempo donde la potencia, la belleza y la armonía del cuerpo destacaba de una forma poderosa. Al menos eso nos decían las modas, los concursos de belleza y los productos que se ofrecían para conservar dicha apariencia.
Sin embargo, recordaba la expresión triste y lastimera de un amigo suyo, entrado en años, al comparar dos fotos suyas. Una era un joven atractivo. La otra mostraba una persona que no se parecía mucho al joven que fue. Su decepción se la transmitió con mucha fuerza.
Josué, que había pasado por muchas etapas, siempre recordaba la afirmación de una gran y sabia educadora: Cada etapa en la vida tiene su encanto. Era una visión distinta. No era comparativa con nuestras anteriores etapas. La idea era firme: cada etapa en la vida tiene su encanto. Quizás ese es el secreto de la vida.
“Recuerda que para el Espíritu Santo el cuerpo es únicamente un medio de comunicación. Al ser el nexo de comunicación entre Dios y Sus Hijos separados, el Espíritu Santo interpreta todo lo que has hecho a la luz de lo que Él es”.
“El ‘ego’ separa mediante el cuerpo. El Espíritu Santo llega a otros a través de él. No percibes a tus hermanos tal como el Espíritu Santo lo hace porque no crees que los cuerpos sean únicamente medios para unir mentes, y para unirlas con la tuya y con la mía”.
“Esta interpretación del cuerpo te hará cambiar de parecer con respecto al valor de este. El cuerpo, de por sí, no tiene ningún valor”.
Josué era consciente de que cuando conocías a alguien por las redes sociales, siempre te pedían una foto para identificarte como cuerpo, como apariencia. No les importaba tu forma de pensar, tus gustos, tus prioridades, tu amistad, tus dones naturales.
Daba la idea de que, con una foto, todo quedaba reducido a una apariencia que no tenía ningún valor. Por eso, los grandes sabios del mundo nunca le han dado ningún valor al cuerpo. Sin embargo, todos han hablado de nuestra forma de pensar.
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