José, al repasar su vida, reparaba que había tenido muchos momentos cumbres en su caminar y, en todos ellos, la presencia de Dios había llegado a su experiencia. Había tenido contestaciones a sus planteamientos. Poco a poco, esa distancia entre Dios y Sus criaturas, en José, se acortaba con su relación.
En muchas conversaciones, había tenido, en el transcurso de la charla, claros indicios de Su pensamiento, de Su grandeza, de Su sabiduría. Aparecían nuevas ideas en su mente que nunca hubiera imaginado. Eso fortalecía la sensación de comunicación continua entre el Creador y Su criatura.
Los pensamientos que acudían a su mente, después de alguna conversación, eran siempre de comprensión, de entendimiento de la otra persona, de una paz que superaba toda medida, de una sabiduría que le encantaba que se desarrollara en su interior.
“La única pregunta que jamás debieras hacerte es: “¿Deseo saber lo que la Voluntad de mi Padre dispone para mí?” Él no te lo ocultará. Me lo reveló a mí cuando se lo pregunté, y así, supe lo que Él ya había dado”.
“Nuestra función es colaborar juntos porque separados el uno del otro no podemos funcionar en absoluto. El poder del Hijo de Dios reside en todos nosotros, pero no en ninguno de nosotros por separado”.
“Dios no desea que estemos solos porque Su Voluntad no es estar solo. Por eso, creó a Su Hijo, y le dio el poder de crear junto con Él. Nuestras creaciones son tan santas como nosotros, y nosotros que somos los Hijos de Dios, somos tan santos como Él”.
“Por medio de nuestras creaciones extendemos nuestro amor, aumentando así el gozo de la Santísima Trinidad. No comprendes esto porque, aunque eres el tesoro de Dios, no te consideras valioso. Como resultado de esa creencia no puedes entender nada”.
José empezaba a entender algo que hasta el momento le había sido difícil. Quería repetirlo y comprenderlo: “Nuestra función es colaborar juntos porque separados el uno del otro no podemos funcionar en absoluto. El poder del Hijo de Dios reside en todos nosotros, pero no en ninguno de nosotros por separado”.
La idea de unidad era vital para compartir ese poder maravilloso dado al grupo, a todos los Hijos de Dios, a todas las criaturas de la humanidad, a esa universalidad que no excluía a nadie en absoluto. En ese espíritu de conjunción de todas esas manos juntas, radicaba ese poder de Dios.
Por ello, el ego no podía engañarnos más al repetirnos que ninguno de nosotros tenía ese poder. El poder era el conjunto de Sus Hijos quien lo detentaba. Todos juntos y unidos era esa aspiración suprema de cada una de nuestras almas.
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