Enrique había apreciado mucho la confianza que uno de sus amigos le había proporcionado. Le había dado unos consejos excelentes. Una seguridad estupenda había nacido en su corazón. Todo era una paz y una sensación de que la soledad se había esfumado.
Descubrió que la sensación de soledad en los momentos difíciles de la vida eran duros de superar. Parecía que el camino indicaba unos barrancos profundos a cada lado de esa senda que había que pasar. La inseguridad hacía su presencia y la inquietud dirigía la travesía.
En cambio, experimentar el apoyo de una mano amiga cambiaba toda nuestra visión de la vida. El ser humano no había sido puesto en el mundo para sentir esa soledad vacía y sin apoyos. Por ello, Jesús dijo que siempre estaría con nosotros y que nunca nos dejaría solos.
“Somos la voluntad unida de la Filiación, cuya plenitud es para todos. Comenzamos nuestra jornada de regreso juntos, y según avanzamos juntos, congregamos a nuestros hermanos”.
“Cada aumento de nuestra fuerza se lo ofrecemos a todos, para que ellos puedan también superar su debilidad y añadir su fuerza a la nuestra. Dios nos espera a todos con los Brazos abiertos”.
“Y nos dará la bienvenida tal como yo te la estoy dando a ti. No dejes que nada en el mundo haga que te olvides del Reino de Dios”.
Enrique veía que la solución al problema de esa soledad negativa y aniquiladora de nuestras propias fuerzas se tenía muy en cuenta por Jesús y por el Padre Celestial. Esa unión de nuestros corazones emanaba una fuerza que servía para todos nosotros y podíamos enviársela a todos los demás que se acercaban.
La vida se hacía presente en esa maravillosa jornada. Todos juntos sin estar separados.
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