miércoles, mayo 29

LO IRREAL NO NOS HACE FELICES


Pablo había aprendido a aceptar lo real y dejar de lado lo irreal. En ocasiones tenía pensamientos de corte estupendo, pero eran irreales. Le gustaría que las personas fueran distintas, los hechos cambiaran y no fueran, en momentos, tan crueles y que una paz reinara en todos los corazones. 

Se olvidaba de la gran conquista del ser humano de la libertad. Poder decidir libremente era la gran adquisición del ser humano. Nadie que no tuviera ese derecho podía sentirse libre, completo, pleno, ni auténtico. Muchos, por defender esa libertad humana, habían dado sus vidas. 

Una irrealidad donde la libertad se pusiera en entredicho era toda una locura. El ser humano era una fuerza que aparentaba ser tranquila, serena, comprensiva y ayudadora. Sin embargo, al quitarle la libertad lo volvía fiero, tenaz, agresivo, luchador y emprendedor. 

“No te permitas sufrir por causa de las consecuencias imaginarias de lo que no es real. Libera tu mente de la creencia de que eso es posible. En su total imposibilidad radica tu única esperanza de liberación”. 

“¿Y qué otra esperanza podrías albergar? La única manera de liberarse de las ilusiones es dejando de creer en ellas. El ataque no existe; lo único que existe es comunicación ilimitada y, por lo tanto, poder y plenitud ilimitados”. 

“El poder de la plenitud es la extensión. No dejes que tus pensamientos se detengan en este mundo, y tu mente se volverá receptiva a la creación en Dios”. 

Pablo admitía que el cuerpo podía desplazarse en muchas direcciones y a distancias increíbles. Toda esa potencialidad era dirigida por la mente. El cuerpo era libre para desplazarse. El pensamiento era libre para decidir sus creencias. Y, en esa libertad, radicaba lo más maravilloso del ser humano.

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