Esteban no había asociado, a lo largo de su vida, la idea o concepto del ego con la enfermedad. Sin embargo, recordaba la primera vez que fue a visitar al médico sin la ayuda de su madre. Tenía problemas digestivos. Se lo comunicó al doctor. Entre todas las preguntas de su médico, hubo una que le sorprendió.
¿Has tenido algún disgusto en estos días previos? Esteban reflexionó y recordó el enfado monumental que había cogido a causa de la actitud de uno de sus compañeros. Esta relación entre alteración de la paz emocional y enfermedad nunca la pudo olvidar.
El ego había atacado con fuerza la contrariedad de Esteban y esa fuerza negativa había perturbado su función digestiva. En el ambiente de su casa, había, de vez en cuando, algunos enfrentamientos que le causaban mucha tristeza. En su juventud padeció de varios catarros y contrajo hepatitis B.
Este cuadro cambió totalmente con su casamiento. Durante unos cuarenta años no tuvo ninguna contrariedad con su cuerpo debido a las enfermedades. El ambiente en casa y con sus hijas era realmente una delicia.
“Es difícil percibir que la enfermedad es un testigo falso, ya que no te das cuenta de que está en total desacuerdo con lo que quieres. Este testigo, por consiguiente, parece ser inocente y digno de confianza debido a que no lo has sometido a un riguroso interrogatorio”.
“De haberlo hecho, no considerarías a la enfermedad un testigo tan vital en favor de la postura del ego. Una afirmación más honesta sería que los que quieren al ego están predispuestos a defenderlo”.
“Por lo tanto, se debe desconfiar desde un principio de los testigos que el ego elige. El ego no elige testigos que disientan de su causa, de la misma manera en que el Espíritu Santo tampoco lo hace”.
“He dicho que juzgar es la función del Espíritu Santo, para la cual Él está perfectamente capacitado. Mas cuando el ego actúa como juez, hace todo menos juzgar imparcialmente. Cuando el ego convoca un testigo, lo ha convertido anteriormente en un aliado”.
El ego juzga a la enfermedad como un ataque de fuera de sí mismo. No acepta que es él mismo el que, con su reacción, ataca al propio cuerpo. Esteban aprendió esta lección. Los otros podían decir lo que les viniera en gana, la reacción siempre era nuestra. La reacción la dirigía el ego.
El ego te sugería al oído que no aceptaras ninguna imposición de nadie. Te subrayaba que eras libre. Te decía que tu reacción era correcta y se debía apoyar. Pero, cuando le decías que esa propuesta del ego te hacía daño a ti mismo, en tu propio cuerpo, el ego se encogía y no sabía qué contestar.
En cambio, la paz, la comprensión, la idea de que el que atacaba le pasaba algo, evitaba todo daño a nuestro cuerpo y dejaba que todas las funciones orgánicas siguieran su curso y no las interrumpía. Todo ello se traducía en salud.
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