Daniel se daba cuenta del cansancio que sentía cuando trataba de comprender algunos conceptos y no lo lograba. En cambio, cuando al final del camino, después de pensar, reflexionar, hacer propuestas y buscar soluciones, toda la fatiga desaparecía al encontrar la solución y una gran dosis de energía se liberaba por su cara, por sus órganos y por su alma.
Deshacer equivocaciones seguía el mismo camino. Le encantaba buscar las soluciones a planteamientos aparentemente insolubles. Eran su mejor reto y sus mejores momentos de funcionamiento cerebral. Se sentía en su salsa. Sabía que al final del esfuerzo alguna luz aparecería y le resolvería la cuestión.
En ocasiones duraba un día de búsqueda, otros, dos, algunos, cierto más tiempo. Sin embargo, al final, todo se alcanzaba. Era una recompensa a su mente en funcionamiento que buscaba la salida a la incongruencia que le había llegado.
“El Espíritu Santo expía en todos nosotros deshaciendo errores. De esta manera te libera de la carga que le has impuesto a tu mente. Al seguir al Espíritu Santo se te conduce de regreso a Dios, que es donde te corresponde estar”.
“Mas ¿cómo podrías encontrar el camino que conduce a Él sino llevando a tu hermano contigo? Mi papel en la expiación no concluirá hasta que no te unas a ella y se la ofrezcas a otros”.
“Lo que enseñes es lo que aprenderás. Nunca te dejaré abandonado ni te abandonaré porque hacer eso sería abandonarme a mí mismo y abandonar a Dios quien me creó”.
“Abandonas a Dios y te abandonas a ti mismo cuando abandonas a cualquiera de tus hermanos. Tienes que aprender a verlos tal como son, y entender que le pertenecen a Dios al igual que tú”.
“¿De qué mejor manera puedes tratar a tu hermano que dándole a Dios lo que es de Dios?”
Daniel añadía un nuevo argumento a su mente que nunca antes había considerado. “Nunca te dejaré abandonado ni te abandonaré porque hacer eso sería abandonarme a mí mismo y abandonar a Dios quien me creó”.
Abandonar a los demás era abandonarnos a nosotros mismos. También implicaba abandono de Dios. La idea de unidad, de soledad, de separación, caía totalmente de los falsos conceptos. Nuestra unidad estaba ligada a los demás. Por ello, la idea de soledad no existía, no era válida.
Así, nadie podía expresar que se sentía solo por la acción de los demás, sino por su propia decisión de romper los lazos con los demás, los lazos consigo mismo, los lazos con Dios.
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