Darío se quedaba asombrado al darse cuenta de una de las cualidades personales que teníamos en nuestro interior: reinterpretarnos a nosotros mismos. Todo lo que creíamos que éramos era una interpretación personal nuestra. Y si se trataba de una interpretación personal, podíamos cambiarla.
Era un poder que estaba en nuestras manos, en nuestra mente, en nuestras reflexiones. La interpretación nuestra no era producto de nadie. Era nuestra propia interpretación. Si había que cambiar algo, podíamos cambiarlo porque todo lo que había, había sido puesto por nosotros, por nuestra forma de ser.
En muchas ocasiones, Darío se había espaciado en la imagen del alfarero que daba forma a su utensilio con sus manos y con su torno. Era una delicia ver cómo iba tomando forma la vasija que deseaba. Se veía el proceso y unas presiones con los dedos, una forma de la mano, una curvatura en sus dedos, eran suficientes para crear belleza y utilidad.
Y ese poder estaba en nosotros al saber elegir los elementos básicos de nuestra mente y las decisiones oportunas que iban a influenciarnos. De ahí el refrán tan conocido: ‘Dime con quién andas y te diré quién eres’. La capacidad de ser plásticos era esencial en nuestra naturaleza.
“El Espíritu Santo es el mediador entre las interpretaciones del ego y el conocimiento del espíritu. Su capacidad para utilizar símbolos le permite actuar con las creencias del ego en el propio lenguaje de este”.
“Su capacidad para mirar más allá de los símbolos hacia la eternidad le permite entender las leyes de Dios, en nombre de las cuales habla. Puede, por consiguiente, llevar a cabo la función de reinterpretar lo que el ego forja, no mediante la destrucción, sino mediante el entendimiento”.
“El entendimiento es luz, y la luz conduce al conocimiento. El Espíritu Santo se encuentra en la luz porque Él está en ti que eres luz, pero tú desconoces esto. La tarea del Espíritu Santo consiste, pues, en reinterpretarte a ti en nombre de Dios”.
Darío veía que el poder transformador estaba en sus manos y en sus decisiones. Desconocía que era luz. Desconocía que por ser luz el Espíritu Santo estaba en nosotros. Dejaba que su mente se espaciara en esos pensamientos que le proponía.
“El entendimiento es luz, y la luz conduce al conocimiento. El Espíritu Santo se encuentra en la luz porque Él está en ti que eres luz, pero tú desconoces esto”.
La luz no se la daba el Espíritu Santo. “Él está en ti que eres luz, pero tú desconoces esto”. Con esa unión con el Espíritu Santo, la mente y el espíritu eran moldeadas de una forma bella y eterna: “La tarea del Espíritu Santo consiste, pues, en reinterpretarte a ti en nombre de Dios”.
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