Guille recordaba la conversación que había tenido con uno de sus amigos. Le llamaba la atención que subrayaba con mucha precisión sus virtudes y sus puntos fuertes. Realmente eran auténticos y no se equivocaba. Sin embargo, cuando los puntos débiles se hacían presentes, indicaba que era la actitud del otro quien lo provocaba.
Notaba que había miedo al admitir nuestros errores. Teníamos la costumbre de aplicarnos nuestras buenas actitudes, pero no de aceptar que también teníamos dificultades que existían en nosotros. Esos inconvenientes tratábamos siempre de ponerlos como puntos realizados por otra persona.
Guille notaba que nos gustaba ser independientes en lo bueno, pero muy dependientes en nuestros puntos débiles o erróneos. Al adjudicarlo a los otros, no podíamos mejorarnos. Siempre había una persona ajena que nos provocaba. En ese campo no jugábamos a ser independientes.
Esa dependencia nos hacía daño a nosotros mismos. No reconocer nuestros errores implicaba seguir cometiéndolos. Esa inconsciencia entre lo dependiente y lo independiente nos hacía incompletos. Por primera vez, veía que nuestra plenitud constaba de actitudes excelentes y de errores que debían superarse.
Esa era nuestra plenitud. “Tal vez algunos de nuestros conceptos se vuelvan más claros y significativos para ti si aclaramos el uso que el ego hace de la culpabilidad”.
“El ego tiene un propósito, al igual que el Espíritu Santo. El propósito del ego es infundir miedo porque sólo los que tienen miedo pueden ser egoístas. La lógica del ego es tan impecable como la del Espíritu Santo”.
“Tu mente tiene a su disposición los medios para ponerse de parte del Cielo o de la tierra, según elija. Pero, una vez más, recuerda que ambos se encuentran en ti”.
Guille reconocía que esta sabiduría nos hacía completos y cabales. Al compartir nuestra experiencia con los demás, no tendríamos que tener ningún reparo al expresar nuestros puntos débiles para superarlos. Es una actitud que nos llegaba muy hondo cuando veíamos a alguien noble y honesto en esos conceptos.
Los puntos fuertes son muy conocidos por nuestros familiares y amigos de forma muy patente. Los puntos débiles también los conocen. Ellos se callan por aprecio y por respeto. Pero, cuando nosotros nos damos cuenta de ellos y se lo compartimos, crecemos como gigantes en sus pensamientos y en sus reconocimientos.
Reconocer un error es el primer paso para superarlo y crecer en nuestro interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario