Josué iba descubriendo un mundo nuevo. Estaba tan acostumbrado a su soledad, a su relación de enfrentamiento en las circunstancias adversas y a sus esfuerzos por labrarse un nombre, que le costaba aceptar las reglas del mundo del espíritu.
Veía que nadie podía sentirse solo al compartir un acto de agradecimiento, de amor, de cariño, de apoyo. Ese acto no se perdía porque se multiplicaba como la multiplicación de los panes y los peces. Saciaba a las personas que lo recibían y podían hablar de esa experiencia con todos los que se les acercaban.
Una mano amiga que aliviaba el sufrimiento humano, que relajaba las tensiones, que daba ánimos en los momentos más dolorosos, que compartía palabras positivas y comprensivas, siempre multiplicaba, como el arco iris, los colores de la vida por encima de los negros y grises.
“Cada pensamiento amoroso que cualquier parte de la Filiación abriga es patrimonio de todas sus partes. Se puede compartir porque es amoroso. Dios crea compartiendo, y así es como tú creas también”.
“El ego puede mantenerte exiliado del Reino, pero en el Reino en sí el ego no tiene ningún poder. Las ideas del espíritu no abandonan la mente que las piensa, ni tampoco pueden entrar en conflicto entre sí”.
“Las ideas del ego, en cambio, pueden entrar en conflicto porque ocurren en diferentes niveles y también porque incluyen pensamientos que incluso en el mismo nivel están en franca oposición”.
“Es imposible compartir pensamientos que se oponen entre sí. Sólo puedes compartir los pensamientos que proceden de Dios, los cuales Él conserva para ti”.
“El Reino de los Cielos se compone de pensamientos de esa clase. Todos los demás permanecerán contigo hasta que el Espíritu Santo los haya reinterpretado a la luz del Reino, haciendo que sean también dignos de ser compartidos”.
“Cuando se hayan purificado lo suficiente Él te permitirá compartirlos. La decisión de compartirlos es lo que los purifica”.
Josué veía que el método de trabajar las ideas alejadas de Dios era un trabajo de reflexión conjunta con el Espíritu Santo. Compartir pensamientos opuestos ahondaba la división interna que existía en nuestro interior. Entrar en un diálogo interior para ser reinterpretados era parte de nuestra responsabilidad.
También era parte de nuestra coherencia. Eso nos hacía sentir más auténticos y más acertados en nuestro caminar. Esos pensamientos compartidos desde el amor desplegado en el Reino hacían que su fuerza opositiva se fuera puliendo, clarificando y viendo sus puntos equivocados.
Ese descubrimiento nos hacía más universales, más auténticos, más unidos y más reconocidos por nosotros mismos y por cada ser humano.
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