viernes, enero 25

EL EGO NO FORMA TU TOTALIDAD


Benjamín se alegraba mucho al tener al alcance del pensamiento las formas de actuar el ego. Se daba cuenta de que conocer sus estrategias y sus expresiones a través de nosotros nos hacía conscientes de su actuación. Era una liberación saber cuándo éramos nosotros y cuando el ego se mezclaba con nosotros. 

Conocer esa mezcla era vital para el análisis de nuestra vida, de nuestras relaciones y de nuestras proyecciones hacia el futuro. Deslindar nuestras actuaciones de amor y de las actuaciones del ego era vital. No podíamos identificarnos con el ego por costumbre. 

Al ser conscientes, éramos capaces de reflexionar y quitarle todo tipo de razonamiento que lo defendiera y que lo sostuviera en nuestro pensamiento. Era un producto fabricado del que podíamos prescindir sin ningún problema. Estaba claro que lo que se fabricaba se podía deshacer. 

“El ego no puede permitirse nada. El conocimiento es total, y el ego no cree en totalidades. En este descreimiento estriba su origen, y aunque el ego no te quiere, le es fiel a sus propios antecedentes, y engendra tal cual fue engendrado”. 

“La mente siempre se reproduce tal como fue producida. El ego, que es un producto del miedo, reproduce miedo. Le es leal a este, y esa lealtad le hace traicionar al amor porque tú eres amor”. 

“El amor es tu poder, que el ego tiene que negar. Tiene que negar también todo lo que este poder te confiere porque te lo confiere todo. Nadie que lo tenga todo desea al ego”. 

“Su propio hacedor, pues, no lo quiere. Por lo tanto, si la mente que lo fabricó se reconociese a sí misma, lo único que el ego podría encontrar sería rechazo. Y si esa mente reconociese a cualquier parte de la Filiación, se conocería a sí misma”. 

Benjamín coincidía con esas ideas del ego. Los conceptos de mejor que tú, mayor que tú, menor que yo y peor que yo provienen del ego. Cuando el ego tomaba el mando de la mente de la persona no podía vivir sin tener un grado de suficiencia superior a los demás. 

La paz venía de la igualdad, de la unidad, del reconocimiento de que todas las personas, a pesar de sus diferencias sociales y de conocimiento, eran de un mismo sentir, de una misma divinidad que las había creado. Jesús nunca hizo diferencia entre las personas. 

El ego que habitaba en algunas personas provocaba, enfrentaba, subrayaba las diferencias y creía que era mucho mejor estar sin ellas. Esa exclusión le amputaba el sentimiento de amor y de unidad que habitaba en su creación primigenia.

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