Gonzalo se admiraba de que la mente fuera capaz de desconocer el sentido profundo del amor si aceptaba el ataque a alguna persona. Para la mente era una locura que Jesús, en los momentos más difíciles de su experiencia, ante la inminencia de su muerte, le pidiera al Padre que perdonara a aquellos que gritaban su ejecución.
Saber amar era buscar el mayor bien para la otra persona en todo momento y en toda situación. El amor unía con lazos de libertad y comprensión. El amor abría las puertas con todo su esplendor para vivir con fuerza el misterio jamás explicado de la fuerza de amar.
Creer que con la imposición se podía amar era equivocarse. Creer que con el chantaje se podía doblegar la voluntad de la persona era una perversión del amor que solamente buscaba la libertad de la otra persona en su relación. Obligar a amar a los demás era un fracaso porque demostraba que nosotros lo hacíamos por obligación.
Un amor obligado era una forma de conducta donde el corazón y sus latidos distaban mucho de ese misterio que nos envolvía con fuerza y con poder. El amor se reflejaba en una gota de rocío que caía sobre nuestras manos sin darnos cuenta como regalo de la creación.
“La mente que acepta el ataque es incapaz de amar. Ello se debe a que cree que puede destruir el amor, lo cual quiere decir, por lo tanto, que no comprende lo que este es”.
“Si no comprende lo que es el amor, no se puede percibir a sí misma como amorosa. Esto hace que pierda su conciencia de ser, induce sentimientos de irrealidad y lo que resulta de ello es una confusión total”.
“Tu pensamiento ha dado lugar a esto debido a su poder, pero puede también salvarte de ello porque su poder no lo creaste tú. La capacidad de dirigir tu pensamiento tal como tú mismo lo determines es parte de su poder”.
“Si no crees que puedes dirigirlo, es que has negado el poder de tu pensamiento y, así, has hecho que sea impotente para ti”.
Toda decisión estaba en nuestras manos. Siempre había una puerta abierta a elegir otros caminos, los caminos certeros y a recobrar esa capacidad de dirigir nuestros pensamientos según nuestras decisiones. Nada estaba perdido. La persona siempre pensaba que había tocado fondo en algún instante.
Nada había tocado fondo para nada. De cualquier lugar se podía salir con las manos amables de nuestro pensamiento, de nuestra confianza en la Mente de Jesús, que era la Mente del Padre, que era la Mente que habitaba dentro de nosotros.
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