domingo, enero 20

NADIE VIVE REALMENTE EN SOLEDAD


Mario pensaba en sus experiencias infantiles. Siempre estaba rodeado de primos y de unos ojos atentos que le seguían a todas partes. Las personas formaban parte de su vida natural y su compañía le daba esa serenidad y esa seguridad que necesitaba para moverse entre ellos y con él mismo. 

Realmente no tenía conciencia de su propia valía, de su propia experiencia porque todo estaba compartido con los ojos que le seguían y con las personas responsables que le cuidaban. Sus primos y sus conocidos formaban esa experiencia que todo lo rodeaba con sus juegos, parloteos y en algunos momentos ciertos gritos de desacuerdo. 

Muchas personas en su crecimiento guardaban ese entorno familiar y de amigos como sus hábitats naturales de desarrollo y de experiencia vital. Mario, sin embargo, veía que necesitaba, en algunos momentos, evadirse de ese entorno y sentir la soledad personal como un ser que empezaba a descubrirse a sí mismo. 

“No puedes olvidarte del Padre porque yo estoy contigo, y yo no puedo olvidarme de Él. Cuando te olvidas de mí, te olvidas de ti mismo y de Aquel que te creó. Nuestros hermanos son olvidadizos”. 

“Por eso necesitan que te acuerdes de mí y de Aquel que me creó. Mediante ese recuerdo puedes cambiar sus mentes con respecto a ellos mismos, tal como yo puedo cambiar la tuya”. 

“No quiero compartir mi cuerpo en el acto de comunión porque no estaría compartiendo nada. ¿Por qué iba a tratar de compartir una ilusión con los santísimos Hijos de un Dios santísimo?” 

“Y, sin embargo, lo hago. Quiero compartir mi mente contigo porque somos de una misma Mente, y esa Mente es nuestra. Contempla sólo esa Mente en todas partes porque sólo esa Mente está en todas partes y en todas las cosas”. 

“Dicha Mente lo es todo porque abarca a todas las cosas dentro de sí. Bendito seas tú que percibes únicamente esto porque estás percibiendo únicamente lo que es verdad”. 

Mario descubría en esos momentos de tranquilidad y de serenidad donde nadie estaba a su lado, ni ninguna actividad lo distraía, la verdad de su mundo interior. Además de la riqueza de las personas de su entorno, contaba con una Mente grandiosa y plena que orientaba sus pensamientos y sus decisiones. 

Contaba con la Mente de Jesús, con la Mente del Padre, de la cual procedía la de Jesús y la mente de Mario crecía hasta identificarse con la Mente de los dos. La idea de soledad desaparecía porque la reflexión caía y una conversación interior se ponía en marcha con la sabiduría del mundo.

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