miércoles, enero 9

TUS OJOS VEN LO QUE HAY EN TI


Santiago se acordaba de las palabras de su madre acerca de la prudencia y de las malas personas que caminaban por la tierra. Con el tiempo, y a la distancia, encontró que era un poco miedosa de la gente. Quizás porque había tenido algunos desengaños que la habían frustrado. 

Esa frustración quería evitarla en sus hijos, en especial hacia Santiago. Al ser intervenido quirúrgicamente cuando solamente tenía un año, creía que debía tener una atención especial hacia él y trataba de cuidarlo, según su criterio, al máximo. Y ese peso lo sentía en sus espaldas, pero lo apreciaba porque era su amor de madre. 

Con el tiempo descubrió que la mayoría de las personas eran aceptables. Casi todos trataban de ayudarse mutuamente. Sabían que, ante las necesidades materiales que tenían, una ayuda se podía presentar de un día para el otro. Así todos trataban de hacer lo mejor que podían. 

“Dije anteriormente que el amigo del ego no forma parte de ti porque el ego se percibe a sí mismo en estado de guerra y, por ende, necesitado de aliados. Tú, que no estás en guerra, debes ir en busca de hermanos”. 

“Y así reconocerás en todo aquel que veas a tu hermano, ya que únicamente los que son iguales están en paz. Puesto que los Hijos de Dios gozan de perfecta igualdad, no pueden competir porque lo tienen todo”. 

“Sin embargo, si perciben a cualquiera de sus hermanos de cualquier otra forma que no sea una perfecta igualdad es que se ha adentrado en sus mentes la idea de la competencia”. 

“No subestimes la necesidad que tienes de mantenerte alerta contra esa idea, ya que todos tus conflictos proceden de ella. Dicha idea es la creencia de que es posible tener intereses conflictivos”. 

“Y esto significa, por lo tanto, que has aceptado que lo imposible es verdad. ¿No es lo mismo que decir que te percibes a ti mismo como si fueses irreal?” 

La idea de la irrealidad golpeaba en la mente de Santiago. Defender y aceptar que éramos irreales al considerarnos que estábamos en guerra era una demencia total. La paz que nos definía a todas las criaturas estaba en el camino de nuestra verdad interior. 

Era cierto que en algunas ocasiones la frustración nos golpeaba como golpeó a la madre de Santiago. Pero en su interior se repetía: “Nada real puede ser amenazado. Nada irreal existe. En eso radica la paz de Dios”. La realidad no iba por la senda del ego.

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