viernes, enero 18

MANERAS DE VER


Luis estudiaba con atención la posibilidad de percepción de sus ojos. Reconocía que, en ocasiones, bajo ciertas circunstancias, sus ojos no veían realmente la realidad de lo que las imágenes captadas por sus ojos le decían. A veces consideraba una imagen mayor que otra y la realidad no era así. 

En otras se daba cuenta que visto desde un ángulo podía contar cuatro barritas en el dibujo. Visto desde otro ángulo solamente se podían captar tres. Tuvo que admitir que sus ojos no veían con precisión la realidad. La interpretaban. Y en esa interpretación se equivocaba. 

Se había quedado mirando muchas veces que un lápiz introducido en un vaso con liquido parecía que se quebraba y no seguía la línea general que estaba fuera de agua. La parte sumergida seguía una dirección distinta. Así que, además de ver, se debía precisar si se estaba viendo bien. 

“De la misma forma en que puedes oír dos voces, también puedes ver de dos maneras distintas. Una de ellas te muestra una imagen o un ídolo, al que tal vez veneres por miedo, pero al que nunca amarás”. 

“La otra te muestra sólo la verdad, a la que amarás porque la entenderás. Entender es apreciar porque te puedes identificar con lo que entiendes, y al hacerlo parte de ti, lo aceptas con amor”. 

“El ego es absolutamente incapaz de entender esto porque no entiende lo que fabrica, ni lo aprecia ni lo ama. El ego incorpora a fin de arrebatar. Cree literalmente que cada vez que priva a alguien de algo, él se engrandece”. 

“He hablado a menudo de la expansión que se produce en el Reino mediante tus creaciones, las cuales pueden ser creadas únicamente como lo fuiste tú”. 

“El Reino, que no es sino gloria excelsa y júbilo perfecto, reside en ti para que lo des. ¿No te gustaría darlo?” 

Luis admitía, en su fueron interno, en el silencio de su espíritu, en la serenidad de su mente tranquila que al darlo lo aprendía, que al compartirlo lo vivía, que al hablar del mismo la faz de los otros le afirmaban el buen sendero que vislumbraba y vivía. 

Era un proceso de aprendizaje extraordinario que poseían todas las personas. Aquello que comunicaban era una joya de su tesoro interno. Y podían ver esas joyas suyas al comprobar la reacción de los demás rostros, la mirada de otros ojos y las lágrimas que, en ocasiones, se presentaban porque algo en el interior del corazón se movía. 

El Espíritu de la persona se conmovía y hacía acto de presencia de una forma sutil y sorprendida.

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