jueves, enero 24

EL DILEMA DEL EGO


Iván repasaba en su mente el momento cuando en una librería un súbito impulso de su interior lo lanzó a desear leer el “libro del ego” de Osho. Nadie le había hablado de él. Nadie le había comentado nada acerca del ego. Su interior parecía decir que era el momento de ponerse en contacto con tal concepto en su vida. 

Le encantaba tener información de primera mano y de una forma comprensible. Había encontrado en Osho ese erudito capaz de conocer la mentalidad de la india y del mundo occidental. En él todo el conocimiento espiritual de oriente y de occidente se ponían en contacto. 

Esas traducciones a occidente del saber oriental le llenaban de sentido. La vida se abría con una perspectiva nueva, diferente. Era un soplo de aire fresco en el occidente económico y monetarista que había colocado el dinero como la cima de toda organización social. 

“El ingenio del ego para asegurar su supervivencia es enorme. Mas dicho ingenio emana del mismo poder de la mente que el ego niega. Esto quiere decir que el ego ataca lo que lo sustenta lo cual no puede sino producir gran ansiedad”. 

“Por eso el ego jamás reconoce lo que está haciendo. Es perfectamente lógico, pero a todas luces demente. Pues para subsistir el ego se nutre de la única fuente que es totalmente adversa a su existencia”. 

“Temeroso de percibir el poder de esa fuente, se ve forzado a menospreciarla, lo cual amenaza su propia existencia, produciendo un estado que le resulta intolerable”. 

“Prosiguiendo de manera lógica, pero todavía demente, el ego resuelve este dilema completamente descabellado de un modo igualmente descabellado: deja de percibir que su existencia esté amenazada, proyectando la amenaza sobre ti y percibiendo a tu Ser como inexistente”. 

“Esto asegura su continuidad si te pones de su parte, garantizando así el que no puedas conocer tu Seguridad”. 

Iván reconocía que el ego se identificaba con el cuerpo. Por ello, el ego que era una fabricación nuestra no tenía posibilidad de eternidad. Llegado su tiempo, el cuerpo moría. Parecía de una manera muy general que una vez la persona fallecida toda la gente pensaba en las buenas acciones de la misma. 

El respeto que se le tenía a la persona fallecida no era el mismo respeto que a la persona en vida. Era algunos de los sentimientos de Iván cuando había asistido a los funerales de algún conocido. 

Pero el ego estaba en la mente. Todo pensamiento de menospreciar el cuerpo de los demás (su sabiduría, su poder, su influencia, su nivel social) desaparecía. El cuerpo ya no era más. El ego perdía su lugar de residencia. Sin embargo, el ego yacía en la mente y la única persona que le daba poder era nosotros mismos.

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